María
Rosa Fernández Lemoine, Se vive nomás,
Buenos Aires, Lemoine ediciones, 2023, 191 pp.
María
Rosa Fernández Lemoine es abogada, especialista en Mediación, tema en el cual
es pionera en Argentinas, y autora de numerosos trabajos jurídicos. Su interés
por lo literario ha encontrado un lugar en su tiempo y este libro recoge al menos
parte de su producción como ensayista y cuentistas. Se trata de medio centenar (exactamente
son 50) de textos breves, la mayoría son relatos, aunque incluye cartas de su madre, muy interesantes
pues ella es otra pionera argentina, en
la especialidad del psicoanálisis. La motivación de escribir y publicar esta
miscelánea puede hallarse en el fragmento poético de Jorge Luis Borges que se
coloca como post-caratula:
“Todo
lo que nos sucede,
Incluso
nuestras humillaciones,
nuestras
desgracias, nuestras vergüenzas,
todo
nos es dado como materia prima,
como
barro, para que podamos
dar
forma a nuestro arte”
Y
la autora, con una larga experiencia profesional de las diversas desgracias
humanas que se ventilan en los tribunales, ha tomado materia para plasmar los
breves relatos que componen esta obra, cuyo título aparece en el último renglón
del quincuagésimo relato: el protagonista llega a conocer a una anciana dama,
Margarita, que tiene una vida llena de azarosas circunstancias viviendo en
medios agreste, enfrentada a tigres y demás alimañas, durante más de cien años,
y le pregunta cómo hizo para vivir tanto tiempo. Ella le contesta: “¿Sabe m’hijo? Se vivé
nomás”. Aunque en su conjunto el relato sea ficcional, seguramente la frase es
real y de hecho tal vez la hayamos oído en boca de seres sencillos, para
quienes la vida es un “ir viviendo” y enfrentando sin dramatismos los azares
del destino.
Todos
los relatos son interesantes, y se caracterizan por el estilo de escritura
escuela y finales imprevistos. Teniendo que escoger algunos, me decantaría por
los que hacen referencia al sueño y a la luz, incluso en su título (en todos
los casos los títulos adelantan lo esencial del contenido). “El sueño” es un brevísimo monólogo (página y
media) es como un manifiesto del sueño polivalente, una ferocidad cuyo “sueño”
es soñar y ser soñado y del temor a no ser nunca solado. “Suelo soñado”, aún
más breve (una página) y relata las impresiones de un asistente a una fiesta de
cumpleaños de una anciana, cuya edad, seguramente más de 80 años, nunca se supo
porque nunca la dijo. Y el relator (o más posiblemente la relatoría, la propia
autora) reflexiona, finalizando: “Ya no pretendo más recuerdos, siento que hoy
es mi tiempo, un tiempo en este sueño soñado. Y como en ese recuerdo vívido en
la memoria levantamos las copas soñando el sueño de aquel cumpleaños sin años”
(p. 87). En ambos casos la referencia calderoniana de que “toda la vida es un
sueño y los sueños, sueños son” empalma muy bien con la tónica del último
relato, mostrando una cierta indiferencia en recrear detalles, dejando más bien
correr el río de la existencia.
“Espacios
de luz y sombra”, dedicado a su nieto Pedro, también de página y media relata
un breve diálogo de la autora (o el autor) con un niño (que podría ser el
nieto) en una plaza, donde el chico jugaba imitando cantar con un micrófono. Al
preguntarle si imitaba a alguien, responde afirmativamente; a Fredy Mercury,
líder de una banda de rock, muerto hace muchos años, situación que, en ese
atardecer e sentada en el banco de una plaza mientras sale la luna, que jugaba
y vivía con su imaginario micrófono, como si fuera la cara oculta de la luna
que intentamos atisbar.
“Esa
luz”, casi al final del libro, y de una página más cuatro renglones, a la
inversa del anterior, se ubica en una tarde fría, detrás de un ventanal por
donde pasa el sol tibio mientras se degusta un café recién hecho, y se inspira
en la luz solar (no de la luna, como en el otro relato) que la “inundan y
desafían”: “Esa luz reclama silencio, contemplación. Una luz que pide apaciguar
las pasiones y en su tibieza abre espacios para la conciliación y el perón,
‘desde la desnudez más radical que la del cuerpo’ [palabras de Santiago
Kovadlof]” (p,. 175).
La
autora del “Prólogo”, María del Mar Estrella, señala acertadamente que, con el
paso de los años, recuerdos dormidos van emergiendo del rincón de la conciencia
donde estaban y toman forma. Así se gesta una obra como está. Su sentido queda
expresado en las palabras finales “Se vive nomás”. Y nos confirma: “La autora
reivindica la vida en todas sus manifestaciones y en toda su humanidad, a veces
contradictoria pero esperanzadora” (p. 13) Coincido con la prologuista en que
María Rosa tiene una vasta experiencia en lo personal, lo profesional y lo
literario, que se vuelca en relatos que retoman esas vivencias despertadas y
las convierten en un texto literario. Un libro que merece ser leído. Todos
podemos reconocernos en algunos de los trechos del relato.
Celina Hurtado