Juan Crisóstomo Lafinur a Belgrano


A la oración fúnebre que en la iglesia catedral de esta ciudad fue pronunciada por su prebendado doctor don Valentín Gómez, en las exequias del general don Manuel Belgrano

No tiene poco de héroe el que sabe
alabar dignamente a los que lo son.
(Un escritor americano).



Juan Crisóstomo Lafinur

ODA


            Era la hora: el coro majestuoso
dio a la endecha una tregua; y el silencio,
antiguo amigo de la tumba triste,
sucedió a la armonía amarga y dulce;
la urna solitaria presidía
la escena que canta hoy la musa mía.


            Que las virtudes que en su torno andaban
velando su tesoro y dando al cielo
su llanto, su esperanza y sus amores,
al púlpito volaron; sus acentos
dulcísimos sonaron; los oyeron
los hombres... y de serlo se dolieron.


            ¡Cuándo más dulce la verdad fue oída!
¡Cuándo sus rayos más apetecidos!
Y ¡cuándo más acerba nuestra pena!
Y ¡cuándo nuestra pena menos dura!
Milagros tuyos ¡orador divino!,
del corazón tu lengua halló el camino.


            El pueblo suspiraba hasta tu frente;
un canal misterioso se veía
desde tu boca hasta él. Avara el alma
se guarda tus palabras, cual si fuesen
las reliquias del héroe que encarecen.


            Un cuadro de virtudes delineado
por quien sabe sentirlas; de virtudes
por quienes Clío aún no ensayó su trompa,
ni la historia sus páginas, fue dado
a tu expresión feliz, dechado entero
de lo bello, lo tierno y verdadero.


            No a la mísera Safo retrataste
herida de un ingrato; ni de Ariadna
los suspiros; ni lágrimas de Dido  
tu pincel espumara regalado;
si al Mausoleo penetraste, triste,
con mejor causa que Artemisa fuiste.


            Aquí a la patria en su desdicha hundida
mostraste, señalando la urna avara,
y ¿quién no fue el primero a apresurarse
para tenderle el brazo?... El patriotismo
dijo a la Fama: Un héroe se ha acabado,
y en su pérdida mil han asomado.


            ¡Momentos fugitivos!, ¡oh, que vuelva
el dolor que nos diste!, torna a vernos
envanecidos de glorioso llanto; heríate
el dolor; tú nos herías
con su espada y la tuya; que fue entonces
mengua de tu poder no herir los bronces.


            Centellas que despide el entusiasmo,
y que apaga el sollozo... reticencias,
más elocuentes que la lengua misma...
Tiernas interjecciones, usurpadas
del sentimiento a la dialecta grave;
leyes son con que el arte triunfar sabe.


            Mas te bastó tu causa; tus prodigios
el cielo solo los obró en tu boca;
si la sombra del héroe fue presente
a tu dolor sublime ¡que contento
diciendo, a su silencio tornaría:
Os vivo aún querida patria mía!


            Pero el tiempo... ¡cruel! y ¡cuál te engaña
el hombre en su consuelo! Vuela el tiempo...
¡Nuestra dulce ilusión, nuestra esperanza
se han acabado ya!; despierta el alma
a su afán anterior, y se estremece,
y la verdad apura que aborrece.


            Tú nos dejaste al fin, pero dejando
en nuestras almas la virtud hermosa;
así oscurece el sol porque a otros climas
vaya el torrente de su lumbre pura,
así la rosa cuando dulce espira
descarga su fragancia en quien la mira.


            Viva en nosotros tu oración sagrada
como el fuego de Vesta; orgullo sea
de las divinas letras; pesadumbre
de los tiranos; ornamento digno
de la patria; que al héroe honra mil veces,
más que mármoles, bronces y cipreses.