Sobre la muerte

 

Philippe Ariès

 

Inconsciente colectivo e ideas claras [sobre la muerte

[Fragmento de La muerte en Occidente, Barcelona, Vergara, 1982, pp. 181-182]

¿Llega a ser algo trivial la muerte para los intelectuales por el hecho de hallarse prohibida en las costumbres cotidianas de la sociedad posindustrial? Artículos, libros y encuestas se van sucediendo sobre un tema que ayer mismo parecía vergonzoso y reservado a las iglesias. La revista americana Phychology Today propuso a sus lectores un cuestionario sobre la muerte: recibió 30.000 respuestas, rebasando en 10.000 sus mejores marcas. La más reciente de estas manifestaciones es  el coloquio pluridisciplinario organizado en Estrasburgo el mes de octubre de 1974 en el Centro de sociología protestante de la universidad y su director Roger Mehls “la evolución de la imagen de la muerte en la sociedad y el discurso religioso de las Iglesias”. La palabra “evolución” traduce el deseo de los organizadores de situar los fenómenos contemporáneos en una serie histórica. De ahí se deriva la intervención de los historiadores[i]. En efecto, al igual que otros intelectuales, estos sufren las nuevas seducciones de la muerte: hasta hoy, lo que más retenían de la muerte era su aspecto demográfico: la mortandad. Después de pasar varios años sin haberse puesto previamente de acuerdo, han hecho converger sus investigaciones centrándolas en la actitud ante la muerte. Citemos entre ellos a M. Vovelle, F. Lebrun, P. Chaunu, E. Le Roy Ladurie… Algunos estaban en Estrasburgo. Su debate no fue sin duda el punto álgido del coloquio, Su principal lección versó más bien sobre las reacciones de intolerancia contra este interdicto de la muerte que lleva ya unos veinte años difundiéndose por la sociedad posindustrial (por ejemplo, el actual comportamiento de los ancianos estudiados por Hélène Deboul).  No obstante, de todo este examen de historiadores y de historiadores en libertad, retendré el problema general de método e interpretación histórica planteado pro M. Vovelle. En el estudio de la muerte, M. Vovelle y yo mismo hemos seguido líneas muy afines pero independientes.  Caminamos cada uno por su lado, seguros de coincidir en las encrucijadas, y entonces nos preguntamos acerca de las razones de nuestras eventuales divergencias.  Uno y otro creemos que la muerte ha cambiado, que ha cambiado varias veces, y que la misión de los historiadores consiste en situar estos cambios y, entre tales cambios, los largos períodos de inmovilidad estructural.  Con este fin, los historiadores tienen que aglutinar un amplio cuerpo de datos de toda índole, y luego deberán clasificarlos cuando puedan, compararlos, organizarlos y, finalmente, interpretarlos. A veces aparece la diferencia que nos separa, no en el método, sino en la naturaleza general de la interpretación, tal como se traduce espontáneamente en nuestras periodizaciones.  Tengo tendencia a devaluar la influencia de los sistemas religiosos y culturales: ni el Renacimiento, ni las Luces se manifiestan en mi periodización como puntas decisivas. La Iglesia me interesa más como indicador y revelador de sentimientos desapercibidos que como grupo de presión que hubiera determinado los sentimientos en sus orígenes. A mi juicio, las grandes derivas que arrastran a las mentalidades –actitudes ante la vida y la muerte– dependen de motores más secretos, más recónditos, en los límites de lo biológico y lo cultural, es decir, del inconsciente colectivo. Anima fuerzas psicológicas que son conciencia de sí, deseo de ser más, o al contrario, sentido del destino colectivo, sociabilidad, etc. M. Vovelle también admite la importancia del inconsciente colectivo, aunque tiende a reconocer, como ya ha demostrado en su encomiable Mourir autrefois, un mayor peso sobre las costumbres que el que yo concedía a lo que en nuestro brevísimo debate denominábamos las ideas claras: doctrinas religiosas, filosofías orales y políticas, efectos psicológicos de los adelantos científicos y técnicos y de los sistemas socioeconómicos. En Estrasburgo, sólo pudimos establecer la vigencia del problema: ¡un problema que quizá parezca técnico o especulativo! De hecho, determina la práctica del historiador, pues ¿cómo distinguir las cosas, y después organizarlas, sin una hipótesis clasificadora? ¿Y cómo establecer esta hipótesis sin una concepción global, declarada o no?[ii].



[i] P. Ariès, “Las grandes etapas y el sentido de la evolución de nuestras actitudes ante la muerte”, Coloquio sobre la evolución de la imagen de la muerte en la sociedad y el discurso religioso de las Iglesias, Estrasburgo, octubre de 1974; M. Vovelle, “El estado actual de los métodos y los problemas y de su interpretación”, ibíd.; B. Vogler, “Actitudes ante la muerte en las Iglesias protestantes…”, ibíd.; D. Ligou, “La evolución de los cementerios…”, ibíd.   Estas ponencias aparecerán próximamente en los Archives des sciences sociales des religions (CN RS) n. 1, 1975.

[ii] Anthinea n. 8, agosto-septiembre, 1975, p. 3-4.