Ensaladas primaverales

 

Ensaladas primaverales 

Celina  Hurtado

Llega la primavera y con la gran variedad de verduras y hortalizas, la posibilidad y el gusto de preparar ensaladas. Hay recetas actuales muy sofisticadas, pero  al vez en casa preferimos algo más  sencillo, como hacían nuestras abuelas, y que eran exquisitas

Les comparto aquí  un conjunto de ensaladas sencillíosiomas, que se comían en  Venezuela y Colombia a fines del siglo XIXC, Y que  sioguenm gustando. ¡Prueben!

Las Recetas de Don Tulio Cocina Criolla o guía del ama de cas a, Mérida, Tip. López, 1899, pp. 55-56

Ensaladas

Aun cuando el modo de preparar ensalada es muy conocido, no estará de más fijar como ingredientes principales la sal, el vinagre y el aceite fino; y como un recuerdo para las amas de casa, expresar enseguida las hojas, frutos, etc. de que puedan hacerse ensaladas.

Lechugas y berros

Una y otra se preparan lo mismo, en el momento de servirlas, para que no se marchiten las hojas.

Repollo

Puede hacerse cocido o crudo, pero para hacerlas en crudo deben siempre pasarse las hojas picadas por agua hirviendo y agregársele pimienta a la ensalada.

Coliflor

Lo mismo que la de repollo cocido.

Papas

 Cocidas y en ruedas.

Frijoles tiernos

El medio más sencillo es despuntar las vainitas y cocinarlas para hacer la ensalada. El método italiano es el siguiente: se hierven en vinagre unos ajos molidos y se prepara la ensalada con este vinagre y los demás ingredientes, inclusive la pimienta.

Arvejas tiernas

Desgranadas y cocidas previamente.

Tomate riñón

Crudo, con ruedas de cebolla, perejil y pimienta.

Pepinos

Cocidos y sin tripas si fueran criollos.

Auyama tierna

Es una especie de calabaza, se come cocida.

Chayota

Llamada “papa del aire” en Argentina y Uruguay, se  prepara lo mismo.

Aguacate

Llamada palta en Sudamérica, debe prepararse en el momento de servirla.

Piña

Es el ananá, se prepara sin vinagre y con dulce.

Gazpacho

Se remoja pan hasta que ablande, y se prepara con él la ensalada al tiempo de servirla.

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Todas las ensaladas de frutas y legumbres cocidas conviene hacerlas con alguna anticipación para que queden bien encurtidas. Es condimento artístico adornarlas con flores de marañuela y granos de granada.

Recuerdos de antaño.- Celina Hurtado, Cómo se comia en mi casa

 

Cómo se comía en las casas de Buenos Aires cuando yo era chica

Celina Hurtado

Quienes ya contamos nuestra edad con el siete, tenemos recuerdos de cómo era entonces la mesa de los porteños, bastante distinta a la actual, aunque, por supuesto, las comidas de mayor referencia siguen siendo las mismas. Pero otros aspectos han cambiado, algunos para bien y otros para mal. Cuando comento mis recuerdos, la gente más joven suele sorprenderse. Van ahora algunos de ellos, un poco deshilvanados, pero que muestran cómo se comía en mi casa y en otras de mi entorno, cuando yo era chica.

La primera cosa que observo, como diferencia y no feliz, es que la clase media de la que formaba parte, así como mi familia y mi barrio, no tenía ningún problema económico con la comida, nadie tenía que pensar dos veces si compraba un kilo de carne, ni deambulaba por varios negocios para encontrar el mejor precio. No había supermercados como hora, los negocios de barrio más similares eran los almacenes, casi siempre atendidos por sus dueños, o algún empleado tan consustanciado con el negocio que venía a ser lo mismo.

En las carnicerías, nadie compraba estilo fetas de jamón, al contrario, las amas de casa o quien hiciera sus veces, compraban para toda la familia por varios días, en grandes trozos, carne para churrascos, o para milanesas o guisos, que era lo habitual. Y huesos para caldo o carne de puchero, pero de buena calidad.  Comíamos carne todos los días, de almuerzo y cena. Los chicos comíamos churrasco y puré de papa y zapallo, y ensalada, generalmente de lechuga y/o tomate. Algunas casas de tradición italiana le agregaban cebolla.

Había una costumbre que se ha perdido totalmente: ciertos días (de la semana) por la tarde, las mujeres (que en general no trabajaban, o ya estaban libres del trabajo) se reunían a tomar mate con alguna cosa dulce. En todas las casas eso era normal y esas visitas a veces ni se anunciaban.  Cuando, cerca de las ocho de la noche, el marido pasaba a buscarlas, invariablemente el dueño de casa, que ya estaba de regreso de su trabajo, les ofrecía un aperitivo. Siempre lo había, junto con algo sólido como salamín, aceitunas o queso, que era lo más común. Eso nunca faltaba, ni se salía corriendo a comprar algo. Había como una costumbre de tener esas reservas y cuando se iban acabando se reponían, nunca faltaban. Más aún, a veces se invitaba a un matrimonio emparentado o amigo a cenar “lo que hay”. Y siempre había. Recuerdo que en mi casa lo habitual eran churrascos con ensalada, podía ser también con huevos fritos. Para el que quería (obligatorio para los chicos) había sopa. Y algo dulce de postre que a veces era el dulce que sobraba de la mateada. También era común que el marido que se acercaba a buscar a su esposa con idea de que se lo iba a invitar, aportara alguna “delicatessen” que podía ser un fiambre, un queso especial, una botella de vino reserva, en fin, una atención que se consumía inmediatamente.

En otras casas lo habitual en estas cenas improvisadas eran las milanesas. Recuerdo a dos tías que, cuando nos quedábamos a cenar, siempre tenían en la heladera carne de milanesas, que cortaban ellas mismas al mejor estilo de carnicería, y las preparaban riquísimas y crujientes.

Entonces no había tantos productos envasados como ahora. De modo que para hacer las milanesas se juntaba el pan viejo puesto duro y se rallaba. Se lo ponía en frascos de vidrio y se sacaba cuando era necesario. Siempre sobraba pan, que además se compraba todos los días. Más aún, algunas familias tiraban el pan entero sobrante en la basura, que entonces se ponía en tachos sin bolsas de plástico ni nada. Alguno que otro mendigo solía sacar de arriba una o dos flautas enteras. La idea no era precisamente un acto de misericordia, sino más bien mostrar al vecindario que en esa casa se compraba pan todos los días y que no se usaba “el pan de ayer”, lo que era casi una afrenta. Mi madre no estaba de acuerdo con tirar comida a la basura (sí con dar a un mendigo que tocara el tiempo, tampoco eran muchos) de modo que siempre había pan rallado de sobra.

Los chicos tomábamos sopa, invariablemente, nos gustara o no (lo más común era que no nos gustara, pero había que tomarla). En general tomábamos sopa de dos clases: de avena y de fideos. La avena, recomendada por los médicos, era de rigor por lo menos una vez al día o día por medio.  Creo que era algo que muchos chicos detestábamos, y que identificábamos con la famosa caja de cartón a todo color con la figura de un cuáquero, nombre de la marca. No se decía “sopa de avena” sino “sopa de Quaker”.  Para los mayores, era habitual el caldo solo, a veces con algún aditamento como trocitos de pan frito. Y para las invitaciones más elegantes, el consomé a la reina.

En una época en que casi no había productos envasados, varias cosas se hacían en casa. La mayonesa de huevo auténtico y de aceite de buena calidad (de oliva o al menos de mezcla) era infaltable en las reuniones, en que era de rigor la ensañada rusa, también casera. Los ajíes en vinagre, un aditamento habitual para las milanesas, también se hacían poniéndolos en vinagre durante dos semanas, y resultaban riquísimos. Las aceitunas se vendían sueltas, con carozo claro, y se ponían en grandes frascos con un poco de agua, o bien se preparaban con aceite y alguna especie generalmente un poco picante, eran de presencia obligada al servir aperitivos.  En una casa en la que se hicieran asados, al carbón o al horno, el chimichurri no podía faltar, y cada ama de casa tenía su receta, a veces, decían, al estilo de Doña Petrona cuyo libro casi nadie tenía, pero por las audiciones radiales muchas señoras aprendían ciertos secretos con los cuales lograban la cálida aprobación de familiares y amigos. Las más talentosas y pacientes conseguían la maquinita para descarozar y rellenaban las aceitunas con morrón, que era lo elegante, digamos. Una amiga de mamá pasaba horas para hacerlas y servir cuando invitaba a cenar. Otros tiempos.

En muchas casas, incluso de familias no muy numerosas, algunos productos se compraban en cantidad. Por ejemplo, el vino en damajuanas de cinco o diez litros, o una lata de anchoas de un kilo, que se conservaban porque venían en sal, y que se iban sacando de a poco poniéndolas con aceite para cuando se recibían visitas.

En aquella época no se consumía mucho pescado, y sobre todo no en las casas, porque la preparación no era fácil para algunas amas de casa y además había pocas pescaderías. Pero sí en general se comía una vez por semana o cada quince días. El filete de merluza frito (a la romana) era bastante habitual; la corvina u otro pez semejante se hacía al horno condimentado con cebolla, o ajo y especies. No había, truchas, que yo recuerde, pero sí pejerrey, que se hacía a la plancha aunque lo más común era comerlo en un restaurante.

El pollo se hacía de mil maneras y, junto con la carne de vaca, era de consumo habitual. En cambio se consumía poco cerdo o cordero, salvo en los asados a la parrilla o para las fiestas.  Sin embargo algunas especialidades derivadas eran muy apreciadas: las patitas de cerdo en escabeche, o los chinchulines de cordero.

El escabeche era una forma habitual de preparar diversos vegetales, por supuesto, en casa, Lo mismo que la salsa de tomate que se guardaba por varios días en frascos cubiertos de aceite para sui mejor conservación.

La pasta de los domingos era una costumbre generalizada, sobre todo ravioles con estofado. Si a uno lo invitaban a almorzar un domingo, nueve de cada diez veces era esto. Y conforme a la receta especial del ama de casa, cada estofado salía diferente.

La pizza por supuesto se comía afuera pero en las casas se hacía a mano, la masa solía ser más gorda, no tan a la piedra como ahora, pero resultaba riquísima. Tampoco existían tantas variantes exóticas, lo común era la clásica de tomate, con cebolla, aceitunas y mucha muzzarella. Pero también las había con anchoas (generalmente mitad y mitad) o con salame o jamón. Er a también un plato que, en apenas poco más de una hora, podía ser la comida principal de una invitación espontánea. También se hacían pizzetas con rodajas de pan, para servir como “copetín”. Recuerdo las que hacía mi madre y mis tías, eran riquísimas dentro de su sencillez.

En cuanto a las verduras y frutas, era todo tan barato que  ni siquiera se pensaba en una restricción al respecto. Y todo era de un sabor puro, de la fruta o la verdura madurada en la planta, en huertas con abonos naturales. No existía, como ahora, el tomate sin gusto que está siete semanas en góndola, o la mandarina que no tiene olor ni sabor específico, cualquiera sea su variedad. Entonces existía, como dice una canción, el olor a hierbas frescas y el olor a mandarina. Las hierbas frescas (perejil y albahaca sobre todo) que no había en cantidad y calidad todo el año pro ser de temporada, se secaban al sol. Así se comía habitualmente fideos o ñoquis (amasados en casa) al pesto, todo el año.

Era una vida sencilla pero que todos tomábamos como algo normal: tener mucha comida todos los días, en cantidad y calidad excelente, recibir invitaciones a comer “lo que hay”, siempre mucho y rico, sin tener que salir corriendo a comprar comida por no alcanzar “lo que hay”, esperar alguna novedad culinaria, a veces sin comprender que comíamos “aburrido” pero sustancioso y abundante, todo esto pertenece al pasado. A veces tengo nostalgia, y me alegro que algunos jóvenes intenten volver a esas prácticas. No es fácil, pero tampoco imposible. El tiempo lo dirá.