Celebración de Carnaval - Un texto sobre sus aspectos mágicos

 

Augusto Raúl Cortazar

El Carnaval en el folklore calchaquí,

(Bs. As. 1949) 2ª ed. Salta, Ed. El robledal, 2008, pp.

 

Aspectos de raigambre mágica

Las propiciaciones mágicas juegan con frecuencia papel preponderante. Se despliega también en este caso el ritual público de la magia homeopática, basada en el principio de que “lo semejante produce lo semejante”. Así los banquetes suculentos auguran para el año provista despensa; repetidas libaciones prometen raudales de rica bebida; la danza saltarina influye sobre el desarrollo de los plantíos; el alarde de las demostraciones de fuerza y destreza procura guerreros invencibles; la garzonía y la incontinencia son un seguro de fecundidad; las risas sembradas se brindarán en frutos de horas dichosas; el derroche de bienes, de energías, de tiempo, preservará de la estrechez, de la debilidad, de la indigencia.

Esta es la ley de la fiesta. Tales los elementos que configuran su esencia. Nada la define mejor que este cuadro turbulento en el cual la exaltación colectiva se manifiesta en gritos y gestos; en que los más irreflexivos impulsos dominan la voluntad; donde la danza, el canto, el banquete y la orgía son el imperativo del instante hasta llegar a la incontinencia y al agotamiento. (1)

El carnaval no es refractario a la infiltración de la magia. No sólo esta ha modelado su espíritu, sino que subsiste en varios componentes típicos de las carnestolendas de todos los tiempos y países.

Donde se festeja con hogueras y antorchas, como en ciertas regiones de Europa, se descuenta ese carácter y hasta se ha llegado a la formación de verdaderas teorías interpretativas. La de Mannhardt, por ejemplo, tiene en este campo cómoda aplicación. Su autor, monje católico de origen lituano y nacionalidad prusiana, refiere muchas y variadas ceremonias agrarias a una primigenia y esencial: la relativa al “espíritu de la vegetación”, y más específicamente, de los cereales (Korndämon).

Mannhardt ha sido seguido en repetidos casos por Tylor, Frazer y Westermarck, quienes, con variantes de matices, interpretan las fogatas campesinas como un medio al mismo tiempo profiláctico y fecundante de la tierra, cuya fertilidad estimulan. (2)

El agua y las aspersiones en general con sustancias equivalentes, como semillas, harina, almidón, “confetti”, papel picado, etc., reconocen su remoto origen en la lustratio clásica y en tantas manifestaciones, extendidas por el mundo, que implican un propósito purificatorio y fecundante. Con este último sentido sobrevive hoy en el arroz que los amigos hacen llover sobre las parejas de novios, como reminiscencia de las nueces, avellanas, higos y dátiles que caían sobre la desposada romana, cuando llegaba junto al hogar de su nueva casa en brazos de su esposo.

Las ramas y gajos, que dan nombre a la fiesta de la “radica” conmemorada en Italia, así como el personaje disfrazado de selvícola, común en varias comarcas europeas, ponen en primer plano el sentido agrario del símbolo.

La máscara, por fin, constituiría por sí sola tema para un libro apasionante. Encierra nutrido cúmulo de elementos etnológicos, religiosos, históricos, estéticos.(3)

También en este caso la fe en el poder de la magia hace creer al indígena que su careta lo identifica con la divinidad o con el ser totémico. Con ella se mimaron las hazañas de los dioses en la Hélade clásica y de sus rasgos grotescos parecen arrancar las hondas raíces de las representaciones que florecieron en el teatro moderno.

Más aún. Las temidas almas de los larvae y lemures latinos, vinculan el uso de máscaras y albas vestiduras con el culto de los muertos. Tal práctica no es extraña al nacimiento de los disfraces y caretas del carnaval europeo en sus oscuros orígenes. Si la vinculación se confirmara, surgiría de este nudo de problemas uno de los más obsesionantes asuntos de la historia de la cultura. Extraño maridaje de las ideas sobre la vida y la muerte. Ingenua tentativa de rasgar el velo de lo sobrenatural. Propósito de fortalecer la caducidad humana con representaciones simbólicas de la eternidad; contraposición de la sobrecogedora adustez de la muerte con el desenfreno de la conducta, afirmación rotunda de vida.

No hay tampoco aquí desafío temerario, sino rito propiciatorio, ceremonia destinada a tornar benignos y protectores a los genios de ultratumba.

Todo esto gira como absorbente torbellino ante la mente que lo contempla desconcertada. Aun en casos como el presente, en que no existe el propósito de sondearlo y se lo mira sólo de paso, por proximidad ocasional con un camino que toma otro rumbo, ejerce una atracción de abismo. En sus sombras se entremezclan sin sentido aparente las imágenes de lo bueno y lo malo, del dolor y el placer, de lo conocido y lo ignoto. Y en pocas oportunidades se logra más patética evidencia de la condición contradictoria, compleja, indescifrable del espíritu del hombre.

Notas

1. Roger Caillois, La transgresión sagrada: teoría de la fiesta. (En su El hombre y lo sagrado, p. 109-145. México, Fondo de cultura económica, 1942.)

2. Arnold van Gennep, Le cycle cérémoniel du carnaval et du carême en Savoie. (En Journal de Psychologie normale et pathologique, año 22, nº 5, p. 421-445; nº 7, p. 585-612. Paris, 1925.)

3. Georges Buraud, Les masques. Paris, Éditions du Seuil, 1948. 238 p. ilus.