Juan Cruz Varela- Cinco sonetos a la muerte de Belgrano


Juan Cruz Varela

Cinco Sonetos a la muerte del Gral. Manuel Belgrano

I-.

¡Desventurada patria! son llegados
los momentos de luto. Fallecido
ha el héroe militar, en que han podido
descansar sin azares tus cuidados.


El ínclito Belgrano... (¡desgraciados
acentos de mi voz!) víctima ha sido
del patrio amor, deidad, a que ha tenido
sus valientes esfuerzos consagrados.


Viste pues luto patria malhadada:
tu robusta columna ya no existe,  
va a la tumba tu honor. Es acabada


la esperanza de gloria en que viviste,
y mi alma en tus ruinas sepultada
fija el lema a tu suerte: Pereciste.


II-

¡Feliz plantel del suelo americano,
gran Buenos Aires, patria afortunada
del campeón más ilustre, cuya espada
nunca en conflicto se desnudó en vano!


De los laureles que plantó tu mano
en tus marciales glorias empeñada
haz diadema de honor en que grabada
se vea la imagen del mejor Belgrano.


De ella sola la expresión valiente
el aire noble su mirar activo,
su denuedo gentil, grato, imponente,


su tono militar ejecutivo
actitudes serán que, mudamente,
a una voz griten: ¡Compatriotas, vivo!

III-

Falleció en el ínclito Belgrano
de militares el cabal dechado,
intrépido, valiente, denodado,
atinado en su obrar, jamás insano.


Patriota sin revés, leal ciudadano,
en sus prometimientos fiel y honrado,
nunca del oro vil tiranizado,
carácter franco, corazón humano.


¡Oh, jefe digno de inmortal memoria!
A virtudes tan raras en el suelo
eternos premios con laurel de gloria.


Que ellas unidas a su ardiente celo
folios añadirán a nuestra historia,
para regla, ejemplar, norte y modelo.


IV-


¡Oh!, ¿dónde habitas, militar guerrero?
¿Cómo te fuiste y huérfana dejaste
tu amada patria, que a la vez libraste
con los cortantes filos de tu acero?


¿Cómo le has dado el golpe postrimero,
e insensible a su llanto te ausentaste,
abandonando al último contraste
su libertad, su honor, su bien entero?


Que se encienda de nuevo, que se encienda
la antorcha de tu vida. Y si es en vano
nuestro justo clamor, en la contienda


de tu afligida patria, pon la mano
sobre quien te suceda, y la defienda.
¡Pero, quién te sucede, gran Belgrano!



V-

¡Provincias de la Unión! no el torpe olvido,
nota de ingratitud, vil, degradante,
sea el laurel destinado al más constante
patriota militar, que habéis tenido.


Cuando el mundo político ha sabido
su mérito graduar de relevante,
haced que su gran nombre sea en diamante
con indelebles cifras esculpido.


O, dando el lleno a empeño tan laudable,
 haced que el pecho fiel del ciudadano
sea la lámina viva y perdurable

en que de amor la agradecida mano
grave en gloria de este héroe inimitable:
“Aquí vivirá eterno el gran Belgrano”.






Esteban de Luca a la muerte de Belgrano


Esteban de Luca

Dos poemas a la muerte de Manuel Belgrano

Oda

            No bastando a la Parca mejorable
los héroes, que por siglos sepultaba en su
abismo profundo, impenetrable, un
otro Fabio a su furor buscaba
esforzado, prudente, infatigable;
violó en Belgrano al fin, vio cual brillaba,
llega, lo hiere con aleve mano,
y es llanto y luto el Mundo Americano.


            Quien patrio amor no sienta al ver la losa
que las cenizas cubre de Belgrano, quien
no se inflame, y con la faz llorosa
no invoque su heroísmo sobrehumano,
hijo es de servidumbre vergonzosa,
esclavo triste del poder tirano,
que en medio de la rabia y del espanto  
oye de libertad el himno santo.


            Bravos guerreros, hijos de la gloria,
llegad todos al túmulo elevado
de vuestro jefe ilustre a la memoria;
no os intimide el triunfo que ha logrado
la Parca atroz: si en vida a la victoria,
él os llevó mil veces denodado,
muerto aún os habla en este santo templo
con su noble virtud y heroico ejemplo.


            Ved a la Patria en tan aciago día  
triste, eclipsada la apacible frente, que
antes con gloria y majestad lucía;
vedla sobre el sepulcro amargamente
de Belgrano llorar sensible y pía;
llorad todos, sentid, como ella siente,
mientras admiran todas las naciones
del héroe más virtuoso las acciones.







Canción fúnebre
A la muerte del General Belgrano


Coro

            ¡Ven, oh, grande Belgrano,
llega, oh, sombra sublime,
del luto nos redime,
del llanto y del dolor!


            ¡Oh, triste, infausta aurora!
¡Oh, día! ¡oh, fiera muerte!
al varón justo y fuerte
lograste arrebatar.

Coro

            La patria hoy triste llora
al héroe denodado,
al sol se ve eclipsado
su llanto acompañar.

Coro

            De Belgrano el aliento
espanto dio al tirano,
al suelo americano
dio libertad y honor.


Coro

            A su alto y noble acento
mil héroes respondieron,
y los días nacieron
de gloria y esplendor.

Coro

            Las Virtudes postradas
sobre su tumba lloran,
y los llantos imploran
de los hijos del Sud.


Coro

            Sus glorias celebradas
serán de gente en gente,
ya el himno reverente
se entona a su virtud.

Coro





Cayetano Rodríguez OFM sobre Belgrano


Cayetano Rodríguez OFM sobre Belgrano
Selección de textos


[Tuvo Belgrano fallas pero] jamás podrán formar tan densas nubes que ofusquen la claridad  de sus hechos y el resplandor de sus virtudes políticas y cristianasLa verdad no se anulaba fácilmente’…[Ha dejado un recuerdo imborrable]. La fama es olor  que trasciende y ocupa los espacios del tiempo, y lleva hasta los más remotos, la fragancia de las virtudes que marcaron la vida de los héroes.  Así es que el curso de los siglos, que ha convertido en ruinas los monumentos más robustos del arte y aun de la  Naturaleza,  no ha podido aniquilar la memoria de un Foción justo, de un Catón austero, de un modesto Fabricio, de un valiente Mitrídates, no borrará de los fastos de la América del Sur el honorable nombre del general Belgrano, mejor que en pergamino y en bronces, en los pechos de sus conciudadanos. Un día pasará a otro la palabra, un año al que le sigue, y cuando las distintas generaciones quieran entrar en el conocimiento de este hombre memorable, oirán de la boca de sus mayores lo que del virtuoso y valiente Eleázaro, se escuchará eternamente: Et iste quidem vita decessit.

Pero no confundamos la suavidad invariable de su genio con la apatía o debilidad e inercia del corazón. No. Él supo hermanar, o más bien, recibió del cielo, hermanadas felizmente, estas bellas cualidades: amabilidad de genio, fortaleza de corazón. Si aquella lo hizo accesible, ésta lo hizo sostenido en sus deberes, invariable en loa dictámenes, que decían tendencia al orden, y superior a los asaltos de la adulación y engaño. Los ríos y los arroyos son los que se hinchan con las aguas, cuando el mar, que recoge en su centro todas las del globo, nunca sale de sus límites. Como tuvo el don de agradar sin desvivirse, de respetar sin bajeza, de alabar sin adulación, y de estimar el mérito donde quiera que lo hallara, éstas eran las armas para atacarlo con éxito, y las dotes que deseaba divisar en los que aspiraban a merecer su amistad: dotes que adornando su persona, arrastraron  en su favor la opinión pública y la estimación común.

[Sobre el fracaso de la  campaña al Paraguay] Juzgan por lo común los hombres, de las empresas de bulto por el resultado de ellas.  El suceso justifica la conducta. He aquí un error que ha volcado el concepto de los mayores héroes y reducido a nada sus brillantes acciones.  Quien sólo constituye la sabiduría de sus proyectos en el buen éxito de ellos, no merece, decía un antiguo poeta, que le salga bien proyecto alguno.  El sabio nunca obra a la ventura. Usa de prudencia en la elección de los medios, procede tranquilamente en la ejecución de sus designios, y deja los efectos al cuidado de una oculta providencia, cuya invisible mano dirige todo a sus fines. ¡Cuántas veces, los proyectos mejor concertados claudican por accidentes, que no es dado prevenir, porque no es dado prever a la prudencia humana!

[Sobre el amor a la gloria Belgrano] no fue aquella constelación maligna que despierta en el hombre las pasiones más apagadas, las aviva, las estimula y, al fin, las precipita. No fue aquella sed insaciable de gloria humana que prostituye al que aspira impaciente por llegar a la cumbre de ella, y que lo ejecuta a tomar arbitrios y medidas, aparentar pretextos, vencer dificultades, urdir artificios y tramoyas, apurar todos los ardides, abatirse a condescendencias viles, disimular, /(p. 687) disfrazarse, hacer todas ls transformaciones y figuras, resortes precisos para buscar ignominiosamente la gloria y la fortuna, para vivir y mantenerse a la sombra de ella.

[Sobre la religión, Belgrano no fue] de aquellos desvergonzados jóvenes que si por casualidad confiesan [a Dios], no es al Dios que los Apóstoles predicaron a las naciones , sino un Dios que ellos se fingen a medida de su antojo, un Dios materia, violentando como un autómata, por una fatal necesidad a todo cuanto hace, o a un Dios espíritu, pero sin providencia, que abandona al hombre, obra de sus manos, a su propia conducta, sin prescribirle leyes ni exigir de su dependencia, homenaje alguno….
[Re la Religión surgen] espíritus fuertes, para quienes, rotas las barreras del espíritu humano, la revelación,  freno para contener sus excesos, es de un peso intolerable, espíritus, , para cuya penetración nada hay sagrado; todo lo quieren comprender; espíritus que ponen en problema las verdades más incontestables,  impugnan los primeros principios de las costumbres, y  se avanzan a hacer vacilar los fundamentos de la religión, y aun del gobierno político; espíritus, en fin, que a la sombra de ciertos términos estudiados, ciertas voces brillantes, que  han inventado –libertad de pensar, progreso del entendimiento, luces del siglo   se toman la licencia de opinar, decidir y dogmatizar con temeridad sacrílega, hasta apostárselas–a la misma divinidad.

[El virtud de la obediencia de Belgrano] servirá siempre de reproche y la altanería, al orgullo y escandalosa animosidad de los que poniendo carteles de sui adhesión al orden, lo han perturbado mil veces, cuando no han podido hacer servir a sus propios intereses los de la patria,  a quien dicen han jurado fidelidad.  El general Belgrano, único en esta línea  (permítaseme este desahogo a la ingenuidad y a la justicia que ordena dar a cada uno lo que es suyo), tuvo esta virtud por norte de sus operaciones. Sin perder un punto de vista, la sentencia del orador romano: obedecemos a la ley para ser libres,  hizo instituto de prestarse no sólo a cuantas dictó el estado para su estabilidad y mejor régimen, sino a las mínimas insinuaciones de la autoridad suprema. Tan pronto en obedecer como absoluto en mandar, protestaba gustosos a las potestades superiores, la misma sumisión que exigía a sus soldados.

[Sobre la virtud de la fortaleza] Otro menos resuelto  habría sido presa del miedo vergonzoso, y equivocándolo con la prudencia, virtud favorita de los tímidos, habría creído en su derrota al fin de su carrera.  El general Belgrano, dueño siempre de sí mismo, veía en sus contrastes un nuevo estímulo a su valor, e insensible a los golpes de la suerte, de ellos mismos hacía escala para mayores empresas.



Fuente: José Pacífico Otero  Estudio biográfico sobre Fr. Cayetano José Rodríguez, Córdoba, 189, pp. , 1 79, 184, 186, 187, 188, 192, 197 y 214 respectivamente.


Tres cantos fúnebres a Belgrano


Tres cantos fúnebres a Belgrano

Escritos poco después de su muerte por tres poetas contemporáneos suyos


Esteban de Luca

A la muerte del señor brigadier de los Ejércitos de la Patria,
y general de los Ejércitos Auxiliadores del Norte y Perú
don Manuel Belgrano


Ya en la noche profunda del sepulcro
hundió la parca al capitán ilustre,
al héroe, que con ánimo esforzado
sustentaba las aras vacilantes
de la patria afligida; ya cumplidos
los presagios están del llanto y luto,
que tributamos hoy a la memoria
del virtuoso Belgrano: anuncio horrible
fue de su muerte la Discordia impía,
cuando lanzada por el negro Averno
en la gran Capital, en rabia ciega
inflamaba los pechos de sus hijos
para eterno baldón; tremendo anuncio
fue de su muerte el funeral semblante
de Buenos Aires, cuando envilecida
pagaba a los rivales de su gloria
tributo ignominioso; cuando vimos
del hermano caer víctima el hermano,
del hijo el padre, y en infanda guerra
arder los ciudadanos... ¡Ay! entonces
la esperanza del bien todos perdimos,
solo Belgrano en el dolor agudo
de insanable dolencia imperturbado
conservarla podía. En vano el ruido
de la plebe agitada y sus clamores
oyó desde su hogar; él la constancia
contra el furor de la ambición funesta
aconsejaba a los amigos fieles,
que rodeaban su lecho; él de la patria
se despidió tranquilo; ella en su seno
grata acogió los últimos suspiros
del mejor de sus hijos. ¡Cuál entonces
creyeron los malvados en sus triunfos
de horrenda iniquidad! ¡Cuán destructora
se alzó con cien cabezas la Anarquía
cuando el alma inmortal del gran Belgrano
dejó el planeta donde habita el hombre!
¡Cómo en su trono de voraces llamas
más fiera dominó el nativo suelo,
que el ínclito caudillo ya en la huesa
defender no podía! ¡Oh, triste patria!,
por el monstruo feroz y sus secuaces
profanadas del héroe las cenizas,
tu decoro ultrajado, sin falanges,
dolor, cual tu dolor en este día,
no vio jamás el mundo. Con la muerte
de tan grande varón su fuerte escudo.


*  *  *


Juan Crisóstomo Lafinur


Canto fúnebre a la muerte del general don Manuel Belgrano


Obruit audentem rerum gravitasque, nitorque,
nec potui coepti pondera ferre mei.
Ovidio, Ex Ponto


¿A dónde alzaste fugitiva el vuelo
robándote al mortal infortunado,
            virtud, hija del cielo?
¿Quien ayermó tu templo inmaculado y tu
antorcha apagó? Dinos ¿a dónde el voto
te hallará del varón justo?

Un eco pavoroso ¡ay! nos responde:
Olvidó para siempre al mundo injusto; al
túmulo volose, allí se esconde.
Y el justo lo sintió; que en su alta mente
vio las desgracias que la patria llora,
y antes que ella lloró; vio de repente gemir
los bronces, do el buril pronuncia los
nombres de los hijos de la gloria;
de luto el estandarte que antes fuera
prenda de la victoria;
ronco el tambor glorioso
que predicó el combate y las venganzas; y
al héroe que animoso
vio su sangre correr en mil matanzas, y
            violo en faz serena,
hoy postrarse al dolor, darse a la pena.

Aún sintió más: en bárbara alegría los
abismos hervir, y las pasiones
del mundo apoderarse con fiereza;
de la guerra fatal la chispa impía avivar es
su afán, y con presteza
la copa tiende el miedo a la venganza
            traidora e impotente;
mientras que la ambición más insolente
avanza hasta el terrible tabernáculo;
el velo despedaza, escupe el ara; truena
la guerra, y mil desastres para y mil
sepulcros abre. La cuadriga
en carro de serpientes arrastrada
            la densidad rompiendo
de una nube de crímenes preñada,
el paso se abre, y en los aires zumba un
grito pavoroso a que responden
            los huecos de la tumba;
grito fatal con que ella se recobra: Murió
Belgrano; consumada es la obra. Y ¿es
verdad? ¿El oráculo espantoso
terminaría aquí? ¡Bárbara suerte!
¡Acabó la virtud! ¡Polvo y ceniza
caen en el rostro que la misma muerte no
logró conturbar! La tumba triste
            por una ley precisa
es el último carro de los héroes!
Sea: y ¿qué resta, muerte, al triunfo impío,  si
            el valor es difunto;
qué resta ya sino cambiar al punto
en sepulcro la tierra, divorciando al
tiempo y a la vida para siempre?
Sol que ves nuestro luto; ilustre padre
de la patria y la luz; tú, que reinando
en las regiones do sus lindes puso
la inmensa creación, viste las glorias del
héroe que a tu causa reservaste;
            ¿testigo del contraste,
que por su amarga pérdida lloramos,
serás? Mil veces para sus victorias
            fue escasa tu luz pura;
hasta aquella región donde natura
escondió sus tesoros, y algún día aras
de oro se alzaron a tu frente, hasta allá
fue su espada; y su energía vengó tu
templo, y redimió tu gente.
Pero, ¡a qué describir sus altos triunfos!
¡A qué rumiar laureles marchitados
            de la tumba en el hielo!
Contemplemos por único consuelo
a Belgrano inmortal en nuestras almas, y
            su alma contemplemos.

Su religión, ¡oh, Dios! ¿quién como él supo
rendir al ara el estandarte altivo
y al Dios de los combates acatarse?
            Su pecho compasivo,
cuando estaba la gloria fermentando
sus soberbias semillas,
y en el furor del triunfo, él las ahogara
            por mejor heroísmo,
y a la hueste rendida le declara
la vida y libertad. Su patriotismo,
su celo por el bien, su porte justo, su
generosidad... gritadlo a voces, legiones
que a la gloria condujera;
vosotros que a su ejemplo fuisteis siempre
            pródigos de las almas;
la miseria espantosa, la hambre fiera,
la estación penetrante ¡ay! combatisteis
con vuestro general; ¡oh!, vos sentisteis de
su pecho las tiernas emociones;
            vos le visteis
primero que la luz, volar en torno
de vuestras pesadumbres. ¡Cuántas veces no
os consoló su ejemplo poderoso!
Y cuando la fortuna en sus reveses
falló ciega por vos, en sus abrazos
            cogisteis con usura
el precio a tanta pena acerba y dura.
Rodead también el negro monumento,
jóvenes tiernos que al santuario ilustre de
la hermosa virtud habréis llegado
a merced de su amor. Quería el hado
perpetuar en vosotros sus caprichos,
y ciegos a la luz, parar el día en
que fuerais esclavos.

Belgrano combatió su tiranía,
y con piedad heroica y sin ejemplo
de la alma educación os abrió el templo.
¡Qué más quiere la tierra! No, no es ella
            para quien tanto se hizo:
la virtud quiere su obra y se querella
contra el tiempo y el crimen;
la eternidad a unirse con el hombre
            anhela ávida y torva;
y ella y la muerte con furor oprimen la
muralla de bronce que lo estorba;
¡ay!, que el dolor, la enfermedad acerba
            legados de la parca
desploman su existencia, y Esculapio
jamás, jamás tan crudo
en sus altares lágrimas ver pudo,
            ¡y lágrimas tan justas! Iba a
rayar el día en que la patria
recuerda de su cuna la hermosura; triste
era esta alba, no cual la alba pura en que
el mundo la vio libre y señora;
el bronce en truenos su llegada anuncia, y
Belgrano lo siente; en esta hora
desasirse pretende de la muerte
            que lo ahoga y lo devora:
cárdeno el labio, trabajosa el habla
al cielo alzando las deshechas manos,
se rindió a un parasismo... Americanos, un
cuadro tan terrible y tan sublime
os faltó ver; entonces clamaríais:
Nuestra patria no vuelve a los tiranos. Vuela
el tiempo sus alas empapando
del excelso vivir en las corrientes
            hasta secarlas todas;

Belgrano ya no alienta; ¡oh!, ¡qué elocuentes
son sus miradas lánguidas, sus formas
            escuálidas y tristes!
Así descansa el ave hermosa y pura
sus plumas y matices recogiendo,
pronta a volar a la suprema altura
y mostrarnos sus alas derramadas, de
oro y azul celeste salpicadas.
            Héroes de nuestro suelo,
que habéis volado de la gloria al templo, a
            la tierra dejando
sangre, gloria, virtud, fama, y ejemplo,
ved vuestro general: corred el velo
a las doradas puertas, mientras tanto
            nosotros con desvelo visitaremos
la urna para darle tributo eterno
de amargura y llanto.


*  *  *


Juan Cruz Varela


Canto a la muerte del señor general don Manuel Belgran


            Si a tu sed de destruir, muerte implacable,
algún triunfo bastara,
que colmase tu cólera insaciable
y todos tus trofeos coronara,
¿cuál otro esperaría
el crudo afán de tu dureza impía?

            ¿Con que a Belgrano heriste y no temblaste?
¿O acaso, di, olvidada
de su gloria y su mérito quedaste
al levantar la diestra descarnada?
¿Cómo es que de tu mano
no cayó espedazado el hierro insano?

            Pero ¡ay! yo sé que tú, menospreciada
por el héroe te vías
mil veces en la lid ensangrentada:
entonces de respeto no lo herías,
y vuelta a otro guerrero
cebabas tu despique carnicero.

            Por eso tu venganza habías jurado,
y traidora esperaste
verlo en el lecho del dolor postrado;
y aun allí, cuando el crimen consumaste,
te azoró tu delito,
y te ocultaste horrenda en el Cocito.

            Así es que, puestos en igual balanza,
el justo y el malvado,
todos víctimas son de igual venganza;
y, perdida una sombra, a nadie es dado
con el llanto y gemido
evocarla del reino del olvido.

            Faltas, Belgrano, faltas: ¿y a la tierra
que defendió tu espada
todo lo que en tu túmulo se encierra
quién podrá ya volver? Abandonada
la patria al desconsuelo,
la copa apura del furor del cielo;

            y de furor sin fin. Al templo sacro
a la virtud alzado,
ya no va adorador. Su simulacro
por el crimen triunfante inacatado,
en trozos dividido
cayó hasta el polvo en vilipendio hundido.

            Quizá tu vida como el éter pura,
 a los días de duelo,
y de luto, y de llanto, y de amargura
no es que debió llegar; y justo el cielo
inmaturo te lleva
do salve tu virtud de dura prueba.

            La salvará, es verdad. Pero entretanto
¿a quién sus ojos vuelve
la ya olvidada patria, entre el espanto
en que tu muerte y su aflicción la envuelve?
Hela ya desolada
a enojosa viudez abandonada.

            El valor, la honradez, ya sin modelo,
no más serán seguidos;
que el tesón incansable, el noble celo
en llenar los deberes distinguidos
cubriéndose de gloria,
no es más ya que un tributo a tu memoria.

            ¿Dó está la hueste que tu voz oía,
y en quien patria libraba
su esperanza y su honor? ¿La que algún día
la hueste de virtuosos se llamaba,
y cuyo solo amago
fue tanta vez al enemigo estrago?

            No ya tu mano mostrará el camino
por do seguir debía;
ni sus triunfantes sienes el destino
coronará cual coronó algún día,
cuando fiel a tu mando
del laurel a la sombra iba marchando.

            Entonces fue su vencedora planta a
hollar el cerro erguido,
que en Potosí opulento se levanta
de oro y riquezas y codicia henchido; y
doquiera pisaba
más glorias a más glorias aumentaba.

            Hora sin jefes, sin virtud, sin freno, la
obediencia perdida,
no más escucha de la guerra el trueno;
 que en pequeñas reliquias dividida aquí y
allí vagando,
sus banderas infiel va desertando.

            Por esto llora la virtud, por esto
llora tu muerte Marte,
que mil de veces, el furor depuesto,
supo en medio del riesgo respetarte;
por esto sin consuelo
la patria su dolor levanta al cielo.

            Levanta su dolor; su vista tiende a
sus hijos queridos,
y cuando en ellos encontrar pretende
quien igualarte pueda, sus gemidos
quizá sin esperanza,
otra vez y otra vez al cielo lanza.

            Pero en vano. El camino de la Parca
nunca más se atraviesa;
y, si una sombra el Aqueronte abarca, nada
es bastante a rescatar su presa; que al
reino del espanto
ni penetra el clamor, ni llega el llanto.

            Vosotros, genios, que en la fuente pura
bebisteis de Hipocrene,
y que cuando cantáis vuestra amargura
vuestro canto acompaña Melpomene,
¿será que en frío labio
no venguéis de la Parca el crudo agravio?

            ¿Será que nunca en metro doloroso
alcéis a las estrellas
el nombre del varón grande, y virtuoso
que nunca quiso separar sus huellas
de la senda olvidada,
por el honor y el mérito trazada?

            ¿No haréis que emulen su valor y gloria
los que han sobrevivido?
¿No lo inmortalizáis? ¿O su memoria
hundiréis en la noche del olvido,
sin que a vuestros loores
merezca su virtud imitadores?

            ¡Oh, jefes de los pueblos, que a su frente
arbitráis su destino!
¡Oh, jefes de los pueblos! ved patente
marcado por Belgrano el fiel camino en
que puesta la Fama,
a que sigáis hasta su templo os llama.

            Id a la huesa donde está encerrado el
frígido esqueleto:
llegad, y el corazón sobresaltado
sentiréis de pavor y de respeto,
cual si os dijera el mismo:
“Aquí yace conmigo el heroísmo”.


Fuente. La Lira Argentina, Buenos Aires, 1824