Cayetano
Rodríguez OFM sobre Belgrano
Selección de textos
Selección de textos
[Tuvo Belgrano fallas pero] jamás podrán formar tan densas nubes que ofusquen la claridad de sus hechos y el resplandor de sus virtudes
políticas y cristianas… La verdad no
se anulaba fácilmente’…[Ha dejado un recuerdo imborrable]. La fama es olor que trasciende y ocupa los espacios del
tiempo, y lleva hasta los más remotos, la fragancia de las virtudes que
marcaron la vida de los héroes. Así es
que el curso de los siglos, que ha convertido en ruinas los monumentos más
robustos del arte y aun de la
Naturaleza, no ha podido
aniquilar la memoria de un Foción justo, de un Catón austero, de un modesto
Fabricio, de un valiente Mitrídates, no borrará de los fastos de la América del
Sur el honorable nombre del general Belgrano, mejor que en pergamino y en
bronces, en los pechos de sus conciudadanos. Un día pasará a otro la palabra,
un año al que le sigue, y cuando las distintas generaciones quieran entrar en
el conocimiento de este hombre memorable, oirán de la boca de sus mayores lo
que del virtuoso y valiente Eleázaro, se escuchará eternamente: Et iste
quidem vita decessit.
Pero no
confundamos la suavidad invariable de su genio con la apatía o debilidad e
inercia del corazón. No. Él supo hermanar, o más bien, recibió del cielo,
hermanadas felizmente, estas bellas cualidades: amabilidad de genio, fortaleza
de corazón. Si aquella lo hizo accesible, ésta lo hizo sostenido en sus
deberes, invariable en loa dictámenes, que decían tendencia al orden, y superior
a los asaltos de la adulación y engaño. Los ríos y los arroyos son los que se
hinchan con las aguas, cuando el mar, que recoge en su centro todas las del
globo, nunca sale de sus límites. Como tuvo el don de agradar sin desvivirse,
de respetar sin bajeza, de alabar sin adulación, y de estimar el mérito donde
quiera que lo hallara, éstas eran las armas para atacarlo con éxito, y las
dotes que deseaba divisar en los que aspiraban a merecer su amistad: dotes que
adornando su persona, arrastraron en su
favor la opinión pública y la estimación común.
[Sobre el fracaso de la campaña al Paraguay] Juzgan por lo común los
hombres, de las empresas de bulto por el resultado de ellas. El suceso justifica la conducta. He aquí un
error que ha volcado el concepto de los mayores héroes y reducido a nada sus
brillantes acciones. Quien sólo
constituye la sabiduría de sus proyectos en el buen éxito de ellos, no merece,
decía un antiguo poeta, que le salga bien proyecto alguno. El sabio nunca obra a la ventura. Usa de prudencia
en la elección de los medios, procede tranquilamente en la ejecución de sus
designios, y deja los efectos al cuidado de una oculta providencia, cuya
invisible mano dirige todo a sus fines. ¡Cuántas veces, los proyectos mejor
concertados claudican por accidentes, que no es dado prevenir, porque no es dado
prever a la prudencia humana!
[Sobre el amor a la gloria Belgrano] no fue aquella constelación maligna que
despierta en el hombre las pasiones más apagadas, las aviva, las estimula y, al
fin, las precipita. No fue aquella sed insaciable de gloria humana que
prostituye al que aspira impaciente por llegar a la cumbre de ella, y que lo
ejecuta a tomar arbitrios y medidas, aparentar pretextos, vencer dificultades,
urdir artificios y tramoyas, apurar todos los ardides, abatirse a
condescendencias viles, disimular, /(p. 687) disfrazarse, hacer todas ls
transformaciones y figuras, resortes precisos para buscar ignominiosamente la
gloria y la fortuna, para vivir y mantenerse a la sombra de ella.
[Sobre la religión, Belgrano no fue] de aquellos desvergonzados jóvenes que si
por casualidad confiesan [a Dios], no
es al Dios que los Apóstoles predicaron a las naciones , sino un Dios que ellos
se fingen a medida de su antojo, un Dios materia, violentando como un autómata,
por una fatal necesidad a todo cuanto hace, o a un Dios espíritu, pero sin
providencia, que abandona al hombre, obra de sus manos, a su propia conducta,
sin prescribirle leyes ni exigir de su dependencia, homenaje alguno….
[Re la Religión surgen] espíritus fuertes, para quienes, rotas las barreras del espíritu
humano, la revelación, freno para
contener sus excesos, es de un peso intolerable, espíritus, , para cuya
penetración nada hay sagrado; todo lo quieren comprender; espíritus que ponen
en problema las verdades más incontestables,
impugnan los primeros principios de las costumbres, y se avanzan a hacer vacilar los fundamentos de
la religión, y aun del gobierno político; espíritus, en fin, que a la sombra de
ciertos términos estudiados, ciertas voces brillantes, que han inventado –libertad de pensar, progreso del entendimiento, luces del siglo se toman la licencia de opinar, decidir y
dogmatizar con temeridad sacrílega, hasta apostárselas–a la misma divinidad.
[El virtud de la obediencia de Belgrano] servirá siempre de reproche y la altanería,
al orgullo y escandalosa animosidad de los que poniendo carteles de sui
adhesión al orden, lo han perturbado mil veces, cuando no han podido hacer
servir a sus propios intereses los de la patria, a quien dicen han jurado fidelidad. El general Belgrano, único en esta línea (permítaseme este desahogo a la ingenuidad y
a la justicia que ordena dar a cada uno lo que es suyo), tuvo esta virtud por
norte de sus operaciones. Sin perder un punto de vista, la sentencia del orador
romano: obedecemos a la ley para ser libres,
hizo instituto de prestarse no sólo a cuantas dictó el estado para su
estabilidad y mejor régimen, sino a las mínimas insinuaciones de la autoridad
suprema. Tan pronto en obedecer como absoluto en mandar, protestaba gustosos a
las potestades superiores, la misma sumisión que exigía a sus soldados.
[Sobre la virtud de la fortaleza] Otro menos resuelto habría sido presa del miedo vergonzoso, y
equivocándolo con la prudencia, virtud favorita de los tímidos, habría creído
en su derrota al fin de su carrera. El
general Belgrano, dueño siempre de sí mismo, veía en sus contrastes un nuevo
estímulo a su valor, e insensible a los golpes de la suerte, de ellos mismos
hacía escala para mayores empresas.
Fuente: José Pacífico Otero Estudio biográfico sobre Fr. Cayetano José
Rodríguez, Córdoba, 189, pp. , 1 79, 184, 186, 187, 188, 192, 197 y 214 respectivamente.
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