Ricardo Ale y su
unipersonal coreográfico
El espectáculo es denso y mantiene la atención en todo momento, a través de 55 minutos sin ningún corte, estando él siempre en escena. Comienza con la historia del álamo, un texto poético, difícil no solo de interpretar en escena sino incluso de decir, puesto que más bien parece estar pensado para una lectura silenciosa. Ricardo lo “dice” de una manera natural, un tanto poética, pero sin forzar su poeticidad natural. En cambio lo “baila” permanentemente, representando con sus movimientos corporales los del árbol, el viento, la lluvia y el entorno. Aunque Ricardo hace uso de recursos técnicos del ballet clásico, los integra tan bien al texto que en ningún momento la coreografía abruma a la voz. Un banco de madera oscura representa el árbol en este caso, y también sirve de silla, de maleta, y hasta de una especie de personaje. Ricardo solo usa un sombrero de paja de ala ancha, que le sirve también de complemento escénico (por ejemplo, en un momento representa un nido).
En otro contexto escénico, “El último” tiene algunos ribetes cómicos, pero muy discretos; los personajes enfocados (el hombre que está en escena y su interlocutora invisible) son creíbles y no caricaturescos. Inclusive despiertan ternura y el espectador acompaña las vivencias del personaje de modo natural y espontaneo. Una experiencia muy valorable para quienes asistimos y gustamos esta reconversión de Ricardo, que esperamos se repita.
Por otra parte, no puede dejar de señalarse un agradecimiento especial a Ernesto Michel, que desde hace décadas, con su Fray Mocho, es un hito central en la historia del teatro independiente porteño, al qeui aporta un alto nivel cultural y artístico. ¡Felicitaciones!
Celina Hurtado
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