Una nota
sobre la historia de América, contribución al debate actual
Celina
Hurtado
Introducción
El 13 de agosto de 2021 se cumplió
el Quinto Centenario de la caída de Tenochtitlán y en ocasión de la
conmemoración, el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se refirió
al acontecimiento como un hecho deplorable por el cual España debería pedir
perdón. Ideas similares fueron expresadas más recientemente, con ocasión del 12
de octubre, antes denominado Día de la Raza, luego Día de la Hispanidad y actualmente
de los Pueblos Originarios, de la Diversidad Cultural o expresiones similares.
El mismo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, esgrimió términos negativos
similares. Muchas estatuas de Colón o de otros descubridores o conquistadores
han sido desmontadas, y en otros casos vandalizadas.
La controversia está instalada más
bien en términos ideológicos que históricos.
La extinción de la mayoría de los pueblos originarios es un hecho, sus
causas y sus responsables son tema de arduas discusiones. Pero el caso de Tenochtitlán
es paradigmático de estas confusiones. En realidad la caída de la ciudad se
hizo posible porque los españoles (que eran apenas un puñado frente a más de un
millón de habitantes de la ciudad) tuvieron el apoyo de otras etnias que
odiaban a los aztecas. Hoy los historiadores pueden decir, con seguridad, que
no se hubiera tomado la ciudad si no hubiese sido por el aporte de cien mil
guerreros tlascaltecas que se aliaron a los españoles y que luego tuvieron un
trato especial durante la época de la colonización. Una historiadora mexicana dice, irónicamente,
que “México fue conqusitada por los indios (los tlascaltecas) y liberada por
los españoles” (los criollos de la independencia, que legalmente eran españoles).
También se pasa por alto que en Perú
no se hubiera dominado a los reyes Incas si no fuera por sus propias traiciones
familiares. Y además, en la periferia, por el rencor de otras etnias sometidas.
Finalmente, para no abundar más y en
relación a la tan denostada Campaña al Desierto de Roca, se omite el dato no
menor de que el ejército contó con la inestimable colaboración de tribus
enemigas de los araucanos, porque habían sido sometidas por ellos, y que aportaron
casi mil “lanzas” (caballería ligera) con gran experiencia de combate (el
ejército araucano de Namuncurá tenía
8000 hombres, el ejército de Roca tenía 6000, y la diferencia, puede decirse,
la cubrieron las mil lanzas indias a su favor).
Es decir, la historia tiene que ser contada de nuevo, con todos sus
datos.
Pero, además, la cuestión
ideológica no deja de estar presente. Los historiadores toman su partido, sea
que manejen o no los datos. Desde luego, es mejor que los manejen y puedan
fundamentar así su posición. En este sentido, es interesante lo sucedido con el
presidente mexicano: se refirió de modo muy crítico y casi despreciativamente a un
historiador argentino que publicó un libro contra la “leyenda negra”. Marcelo
Gullo, el aludido, le contestó en una nota periodística publicada en España el
25 de agosto pp. Lo que dice no tiene desperdicio, no sólo por las rectificaciones
históricas que esgrime, sino también porque, puestos a “aggiornar” (lo que para muchos es una indebida ucronía, pero transeat) los conceptos, también los aztecas
pueden ser llamados “genocidas” (además de antropófagos) y por tanto “violadores
de los derechos humanos” de los otros indios, lo que justifica de por sí la intervención
en defensa de las víctimas, como hoy se reclama en otros casos. De modo que
esta breve y urticante nota introduce un nuevo elemento discursivo que vale la
pena tomar en cuanta.
Para aportar elementos a este
debate abierto comparto la nota.
* * *
Marcelo Gullo
Carta a
López Obrador sobre aztecas y entrañas humanas
Estimado señor presidente de la
República de México don Andrés Manuel López Obrador.
El pasado 13 de agosto, en ocasión
de cumplirse el 500 aniversario de la liberación -para usted caída- de
Tenochtitlán citó textualmente, sin nombrarme, un párrafo de la entrevista que
el diario El Mundo tuvo a bien realizarme el viernes 23 de julio a raíz de la
publicación en España de mi libro Madre
Patria, desmontando la leyenda negra desde Bartolomé de las Casas hasta el
separatismo catalán.
En su discurso usted afirmó: "Hay
asuntos que deben aclararse en la medida de lo posible. Por ejemplo, hace unos
días un escritor pro-monárquico de nuestro continente afirmaba que España no
conquistó a América, sino que España liberó a América, pues Hernán Cortés, cito
textualmente, 'aglutinó a 110 naciones mexicanas que vivían oprimidas por la
tiranía antropófaga de los aztecas y que lucharon con él'".
Usted también me acusó sin ningún
tipo de pruebas -y sin haberse tomado siquiera la molestia de ojear mis
antecedentes académicos o de recabar información sobre mi trayectoria política
antimperialista- de ser un representante del pensamiento colonialista.
Coincidiendo con su apreciación de
que hay asuntos que deben aclararse quisiera recordarle que, como afirma el
arqueólogo mexicano Alfonso Caso, quien fuera rector de la Universidad Nacional
Autónoma de México, “el sacrificio humano era esencial en la religión azteca”.
Es por ese motivo que en 1487, para
festejar la finalización de la construcción del gran templo de Tenochtitlán
-del cual usted, el pasado 13 de agosto, inauguró una maqueta monumental- las
víctimas del sacrificio formaban cuatro filas que se extendieron a lo largo de
la calzada que unían las islas de Tenochtitlán. Se calcula que en esos cuatro
días de festejo los aztecas asesinaron entre 20.000 y 24.000 personas.
Sin embargo Williams Prescott, poco
sospechoso de hispanismo, da una cifra más escalofriante. Cuando en 1486 se
dedicó el gran templo de México a Huitzilopochtli, los sacrificios duraron
varios días y perecieron 70.000 víctimas.
Juan Zorrilla de San Martín en su
libro Historia de América relata que “cuando
llevaban los niños a matar, si lloraban y echaban lágrimas, más alegrábanse los
que los llevaban porque tomaban pronósticos que habían de tener muchas aguas en
aquel año”.
“El número de las víctimas
sacrificadas por año”, tiene que reconocer Prescott, uno de los historiadores
más críticos de la conquista española y uno de los más fervientes defensores de
la civilización azteca, “era inmenso”.
Casi ningún autor lo computa en
menos de 20.000 cada año, y aún hay alguno que lo hace subir hasta 150.000.
Marvin Harris en su famosa obra Caníbales y reyes relata: “Los
prisioneros de guerra, que ascendían por los escalones de las pirámides, [...]
eran cogidos por cuatro sacerdotes, extendidos boca arriba sobre el altar de
piedra y abiertos de un lado a otro del pecho con un cuchillo. Después, el
corazón de la víctima -generalmente descrito como todavía palpitante- era
arrancado. El cuerpo bajaba rodando los escalones de la pirámide”.
¿Dónde eran llevados los cuerpos de
los cientos de seres humanos a los cuales, en lo alto de las pirámides, se les
había arrancado el corazón? ¿Qué pasaba luego con el cuerpo de la víctima? ¿Qué
destino tenían los cuerpos que día a día eran sacrificados a los dioses?
Al respecto, Michael Hamer que, ha
analizado esta cuestión con más inteligencia y denuedo que el resto de los
especialistas, afirma que «en realidad no existe ningún misterio con respecto a
lo que ocurría con los cadáveres, ya que todos los relatos de los testigos
oculares coinciden en líneas generales: las víctimas eran comidas.
Los numerosos trabajos científicos
-tesis doctorales, libros publicados por prestigiosos académicos de fama
mundial- con los que contamos hoy, no dejan lugar a dudas de que en Mesoamérica
había una nación opresora, la azteca, y cientos de naciones oprimidas, a las
cuales los aztecas no solo le arrebataban sus materias primas -tal y como han
hecho todos los imperialismos a lo largo de la historia- sino que les
arrebataban a sus hijos, a sus hermanos para sacrificarlos en sus templos y
luego, repartir los cuerpos descuartizados de las víctimas en sus carnicerías,
como si fuesen chuletas de cerdo o muslos de pollo para que esos seres humanos
descuartizados, sirvieran de sustancioso alimento, a la población azteca.
La nobleza se reservaba los muslos
y las entrañas se dejaban al populacho. Las evidencias científicas con las que
contamos hoy, no dejan lugar a dudas al respecto. Era tal la cantidad de
sacrificios humanos que realizaban los aztecas de miembros de los pueblos por
ellos esclavizados que con las calaveras construían las paredes de sus
edificios y templos.
Es por eso que, el 13 de agosto de
1521, los pueblos indios de Mesoamérica oprimidos por los aztecas festejaron la
caída de Tenochtitlan.
Como usted, señor presidente, tuvo
que reconocer en su discurso, a regañadientes y entre líneas, es materialmente
imposible pensar que, con apenas 300 hombres, cuatro arcabuces viejos y algunos
caballos, Hernán Cortés pudiera derrotar al ejército de Moctezuma integrado por
300.000 soldados disciplinados y valientes. Hubiese sido imposible, aunque los
300 españoles hubiesen tenido fusiles automáticos como los que hoy usa el
Ejército Español.
Miles de indios de las naciones
oprimidas lucharon, junto a Cortés, contra los Aztecas. Por eso, su compatriota
José Vasconcelos afirma que “la conquista la hicieron los indios”.
¿Y que aconteció después de la
conquista, después de esas primeras horas de sangre, dolor y muerte? Todo lo
contrario de lo que usted afirma.
España fundió su sangre con la de
los vencidos y con la de los liberados. Y recordemos que, fueron más los
liberados que los vencidos. México se llenó de hospitales, colegios bilingües y
universidades.
España envió a América a sus
mejores profesores y la mejor educación fue dirigida hacia los indios y los
mestizos.
Permítame recordarle, señor
presidente, que tan respetuosos fueron los libertadores españoles -perdón: los
conquistadores- de la cultura de los mal llamados pueblos originarios que en
1571 se editó en México el primer libro de gramática de lengua nahualt, es
decir 15 años antes de que en Gran Bretaña se publicara el primer libro de
gramática de lengua inglesa.
Todos los datos demuestran que, al
momento de su independencia de España, México era mucho más rico y poderoso que
los Estados Unidos.
Perdóneme usted, señor presidente,
que me vaya un poco por las ramas, pero quisiera sugerirle, con todo respeto,
que el próximo 2 de febrero, cuando se cumpla un nuevo aniversario del
ignominioso tratado de Guadalupe Hidalgo -por el cual los Estados Unidos
arrebataron a México 2.378.539 kilómetros cuadrados de su territorio- usted
realice un gran acto como el que organizó para el 13 de agosto, que para
realzar el mismo, invite al presidente de los Estados Unidos Joseph Biden y en
un gran discurso, cuando esté ante el presidente estadounidense, le exija que
pida perdón al pueblo mexicano por haberle robado Texas, California, Nuevo
México, Nevada, Utah, Colorado y Arizona, tierras que fueron indiscutiblemente
parte de México.
Por último, estimado presidente
quisiera contarle que, como desde niño siempre me he sentido ligado
sentimentalmente a los pueblos oprimidos -quizás por haber nacido en un hogar
humilde de la ciudad de Rosario en la República Argentina-, si pudiese viajar
en el túnel del tiempo, una y mil veces, me sumaría a los apenas 300 soldados
de Hernán Cortés que, con el coraje más grande que conoce la Historia,
liberaron a los indios de México del imperialismo antropófago de los aztecas.