Tres cantos
fúnebres a Belgrano
Escritos
poco después de su muerte por tres poetas contemporáneos suyos
Esteban
de Luca
A la
muerte del señor brigadier de los Ejércitos de la Patria,
y
general de los Ejércitos Auxiliadores del Norte y Perú
don
Manuel Belgrano
Ya en la noche profunda del sepulcro
hundió la parca al capitán ilustre,
al héroe, que con ánimo esforzado
sustentaba las aras vacilantes
de la patria afligida; ya cumplidos
los presagios están del llanto y luto,
que tributamos hoy a la memoria
del virtuoso Belgrano: anuncio horrible
fue de su muerte la Discordia impía,
cuando lanzada por el negro Averno
en la gran Capital, en rabia ciega
inflamaba los pechos de sus hijos
para eterno baldón; tremendo anuncio
fue de su muerte el funeral semblante
de Buenos Aires, cuando envilecida
pagaba a los rivales de su gloria
tributo ignominioso; cuando vimos
del hermano caer víctima el hermano,
del hijo el padre, y en infanda guerra
arder los ciudadanos... ¡Ay! entonces
la esperanza del bien todos perdimos,
solo Belgrano en el dolor agudo
de insanable dolencia imperturbado
conservarla podía. En vano el ruido
de la plebe agitada y sus clamores
oyó desde su hogar; él la constancia
contra el furor de la ambición funesta
aconsejaba a los amigos fieles,
que rodeaban su lecho; él de la patria
se despidió tranquilo; ella en su seno
grata acogió los últimos suspiros
del mejor de sus hijos. ¡Cuál entonces
creyeron los malvados en sus triunfos
de horrenda iniquidad! ¡Cuán destructora
se alzó con cien cabezas la Anarquía
cuando el alma inmortal del gran Belgrano
dejó el planeta donde habita el hombre!
¡Cómo en su trono de voraces llamas
más fiera dominó el nativo suelo,
que el ínclito caudillo ya en la huesa
defender no podía! ¡Oh, triste patria!,
por el monstruo feroz y sus secuaces
profanadas del héroe las cenizas,
tu decoro ultrajado, sin falanges,
dolor, cual tu dolor en este día,
no vio jamás el mundo. Con la muerte
de tan grande varón su fuerte escudo.
*
* *
Juan Crisóstomo Lafinur
Canto
fúnebre a la muerte del general don Manuel Belgrano
Obruit
audentem rerum gravitasque, nitorque,
nec potui
coepti pondera ferre mei.
Ovidio, Ex Ponto
¿A dónde
alzaste fugitiva el vuelo
robándote al mortal
infortunado,
virtud, hija del cielo?
¿Quien ayermó
tu templo inmaculado y tu
antorcha apagó?
Dinos ¿a dónde el voto
te hallará del
varón justo?
Un eco pavoroso
¡ay! nos responde:
Olvidó para
siempre al mundo injusto; al
túmulo volose,
allí se esconde.
Y el justo lo sintió;
que en su alta mente
vio las
desgracias que la patria llora,
y antes que
ella lloró; vio de repente gemir
los bronces, do
el buril pronuncia los
nombres de los
hijos de la gloria;
de luto el
estandarte que antes fuera
prenda de la
victoria;
ronco el tambor
glorioso
que predicó el
combate y las venganzas; y
al héroe que
animoso
vio su sangre
correr en mil matanzas, y
violo en faz serena,
hoy postrarse
al dolor, darse a la pena.
Aún sintió más:
en bárbara alegría los
abismos hervir,
y las pasiones
del mundo
apoderarse con fiereza;
de la guerra
fatal la chispa impía avivar es
su afán, y con
presteza
la copa tiende
el miedo a la venganza
traidora e impotente;
mientras que la
ambición más insolente
avanza hasta el
terrible tabernáculo;
el velo
despedaza, escupe el ara; truena
la guerra, y
mil desastres para y mil
sepulcros abre.
La cuadriga
en carro de
serpientes arrastrada
la densidad rompiendo
de una nube de
crímenes preñada,
el paso se
abre, y en los aires zumba un
grito pavoroso
a que responden
los huecos de la tumba;
grito fatal con
que ella se recobra: Murió
Belgrano;
consumada es la obra. Y ¿es
verdad? ¿El
oráculo espantoso
terminaría
aquí? ¡Bárbara suerte!
¡Acabó la
virtud! ¡Polvo y ceniza
caen en el
rostro que la misma muerte no
logró
conturbar! La tumba triste
por una ley precisa
es el último
carro de los héroes!
Sea: y ¿qué resta,
muerte, al triunfo impío, si
el valor es difunto;
qué resta ya
sino cambiar al punto
en sepulcro la
tierra, divorciando al
tiempo y a la
vida para siempre?
Sol que ves
nuestro luto; ilustre padre
de la patria y
la luz; tú, que reinando
en las regiones
do sus lindes puso
la inmensa
creación, viste las glorias del
héroe que a tu
causa reservaste;
¿testigo del contraste,
que por su
amarga pérdida lloramos,
serás? Mil
veces para sus victorias
fue escasa tu luz pura;
hasta aquella
región donde natura
escondió sus
tesoros, y algún día aras
de oro se
alzaron a tu frente, hasta allá
fue su espada;
y su energía vengó tu
templo, y
redimió tu gente.
Pero, ¡a qué
describir sus altos triunfos!
¡A qué rumiar
laureles marchitados
de la tumba en el hielo!
Contemplemos
por único consuelo
a Belgrano
inmortal en nuestras almas, y
su alma contemplemos.
Su religión, ¡oh,
Dios! ¿quién como él supo
rendir al ara
el estandarte altivo
y al Dios de
los combates acatarse?
Su pecho compasivo,
cuando estaba
la gloria fermentando
sus soberbias
semillas,
y en el furor
del triunfo, él las ahogara
por mejor heroísmo,
y a la hueste
rendida le declara
la vida y
libertad. Su patriotismo,
su celo por el
bien, su porte justo, su
generosidad...
gritadlo a voces, legiones
que a la gloria
condujera;
vosotros que a
su ejemplo fuisteis siempre
pródigos de las almas;
la miseria
espantosa, la hambre fiera,
la estación
penetrante ¡ay! combatisteis
con vuestro
general; ¡oh!, vos sentisteis de
su pecho las
tiernas emociones;
vos le visteis
primero que la
luz, volar en torno
de vuestras
pesadumbres. ¡Cuántas veces no
os consoló su
ejemplo poderoso!
Y cuando la
fortuna en sus reveses
falló ciega por
vos, en sus abrazos
cogisteis con usura
el precio a
tanta pena acerba y dura.
Rodead también
el negro monumento,
jóvenes tiernos
que al santuario ilustre de
la hermosa
virtud habréis llegado
a merced de su
amor. Quería el hado
perpetuar en
vosotros sus caprichos,
y ciegos a la
luz, parar el día en
que fuerais
esclavos.
Belgrano
combatió su tiranía,
y con piedad
heroica y sin ejemplo
de la alma
educación os abrió el templo.
¡Qué más quiere
la tierra! No, no es ella
para quien tanto se hizo:
la virtud
quiere su obra y se querella
contra el
tiempo y el crimen;
la eternidad a
unirse con el hombre
anhela ávida y torva;
y ella y la
muerte con furor oprimen la
muralla de
bronce que lo estorba;
¡ay!, que el
dolor, la enfermedad acerba
legados de la parca
desploman su
existencia, y Esculapio
jamás, jamás
tan crudo
en sus altares
lágrimas ver pudo,
¡y lágrimas tan justas! Iba a
rayar el día en
que la patria
recuerda de su
cuna la hermosura; triste
era esta alba,
no cual la alba pura en que
el mundo la vio
libre y señora;
el bronce en truenos
su llegada anuncia, y
Belgrano lo
siente; en esta hora
desasirse
pretende de la muerte
que lo ahoga y lo devora:
cárdeno el
labio, trabajosa el habla
al cielo alzando
las deshechas manos,
se rindió a un
parasismo... Americanos, un
cuadro tan
terrible y tan sublime
os faltó ver;
entonces clamaríais:
Nuestra patria
no vuelve a los tiranos. Vuela
el tiempo sus
alas empapando
del excelso
vivir en las corrientes
hasta secarlas todas;
Belgrano ya no
alienta; ¡oh!, ¡qué elocuentes
son sus miradas
lánguidas, sus formas
escuálidas y tristes!
Así descansa el
ave hermosa y pura
sus plumas y
matices recogiendo,
pronta a volar
a la suprema altura
y mostrarnos
sus alas derramadas, de
oro y azul
celeste salpicadas.
Héroes de nuestro suelo,
que habéis
volado de la gloria al templo, a
la tierra dejando
sangre, gloria,
virtud, fama, y ejemplo,
ved vuestro general:
corred el velo
a las doradas
puertas, mientras tanto
nosotros con desvelo visitaremos
la urna para
darle tributo eterno
de amargura y
llanto.
* * *
Juan Cruz
Varela
Canto
a la muerte del señor general don Manuel Belgran
Si a tu sed de
destruir, muerte implacable,
algún triunfo bastara,
que colmase tu cólera insaciable
y todos tus trofeos coronara,
¿cuál otro esperaría
el crudo afán de tu dureza impía?
¿Con que a Belgrano
heriste y no temblaste?
¿O acaso, di, olvidada
de su gloria y su mérito quedaste
al levantar la diestra descarnada?
¿Cómo es que de tu mano
no cayó espedazado el hierro insano?
Pero ¡ay! yo sé que
tú, menospreciada
por el héroe te vías
mil veces en la lid ensangrentada:
entonces de respeto no lo herías,
y vuelta a otro guerrero
cebabas tu despique carnicero.
Por eso tu venganza
habías jurado,
y traidora esperaste
verlo en el lecho del dolor postrado;
y aun allí, cuando el crimen consumaste,
te azoró tu delito,
y te ocultaste horrenda en el Cocito.
Así es que, puestos en
igual balanza,
el justo y el malvado,
todos víctimas son de igual venganza;
y, perdida una sombra, a nadie es dado
con el llanto y gemido
evocarla del reino del olvido.
Faltas, Belgrano,
faltas: ¿y a la tierra
que defendió tu espada
todo lo que en tu túmulo se encierra
quién podrá ya volver? Abandonada
la patria al desconsuelo,
la copa apura del furor del cielo;
y de furor sin fin. Al
templo sacro
a la virtud alzado,
ya no va adorador. Su simulacro
por el crimen triunfante inacatado,
en trozos dividido
cayó hasta el polvo en vilipendio hundido.
Quizá tu vida como el
éter pura,
a los días de duelo,
y de luto, y de llanto, y de amargura
no es que debió llegar; y justo el cielo
inmaturo te lleva
do salve tu virtud de dura prueba.
La salvará, es verdad.
Pero entretanto
¿a quién sus ojos vuelve
la ya olvidada patria, entre el espanto
en que tu muerte y su aflicción la envuelve?
Hela ya desolada
a enojosa viudez abandonada.
El valor, la honradez,
ya sin modelo,
no más serán seguidos;
que el tesón incansable, el noble celo
en llenar los deberes distinguidos
cubriéndose de gloria,
no es más ya que un tributo a tu memoria.
¿Dó está la hueste que
tu voz oía,
y en quien patria libraba
su esperanza y su honor? ¿La que algún día
la hueste de virtuosos se llamaba,
y cuyo solo amago
fue tanta vez al enemigo estrago?
No ya tu mano mostrará
el camino
por do seguir debía;
ni sus triunfantes sienes el destino
coronará cual coronó algún día,
cuando fiel a tu mando
del laurel a la sombra iba marchando.
Entonces fue su
vencedora planta a
hollar el cerro erguido,
que en Potosí opulento se levanta
de oro y riquezas y codicia henchido; y
doquiera pisaba
más glorias a más glorias aumentaba.
Hora sin jefes, sin
virtud, sin freno, la
obediencia perdida,
no más escucha de la guerra el trueno;
que en pequeñas reliquias
dividida aquí y
allí vagando,
sus banderas infiel va desertando.
Por esto llora la
virtud, por esto
llora tu muerte Marte,
que mil de veces, el furor depuesto,
supo en medio del riesgo respetarte;
por esto sin consuelo
la patria su dolor levanta al cielo.
Levanta su dolor; su
vista tiende a
sus hijos queridos,
y cuando en ellos encontrar pretende
quien igualarte pueda, sus gemidos
quizá sin esperanza,
otra vez y otra vez al cielo lanza.
Pero en vano. El
camino de la Parca
nunca más se atraviesa;
y, si
una sombra el Aqueronte abarca, nada
es bastante a rescatar su presa; que al
reino del espanto
ni penetra el clamor, ni llega el llanto.
Vosotros, genios, que
en la fuente pura
bebisteis de Hipocrene,
y que cuando cantáis vuestra amargura
vuestro canto acompaña Melpomene,
¿será que en frío labio
no venguéis de la Parca el crudo agravio?
¿Será que nunca en
metro doloroso
alcéis a las estrellas
el nombre del varón grande, y virtuoso
que nunca quiso separar sus huellas
de la senda olvidada,
por el honor y el mérito trazada?
¿No haréis que emulen
su valor y gloria
los que han sobrevivido?
¿No lo inmortalizáis? ¿O su memoria
hundiréis en la noche del olvido,
sin que a vuestros loores
merezca su virtud imitadores?
¡Oh, jefes de los
pueblos, que a su frente
arbitráis su destino!
¡Oh, jefes de los pueblos! ved patente
marcado por Belgrano el fiel camino en
que puesta la Fama,
a que sigáis hasta su templo os llama.
Id a la huesa donde
está encerrado el
frígido esqueleto:
llegad, y el corazón sobresaltado
sentiréis de pavor y de respeto,
cual si os dijera el mismo:
“Aquí yace conmigo el heroísmo”.
Fuente. La Lira Argentina, Buenos Aires, 1824