Se trata
de una práctica iniciada y consolidada
en grupos de trabajo españoles delos años ‘80, cuando Ana María González,
profesora de literatura y practicante de expresión corporal, admiradora de
Maurice Béjart y de Mudra Africa,
concibió un recurso artístico multidisciplinar para presentar de modo intuitivo
y permitir la interiorización de cuestiones éticas, religiosas y
cosmovisionales.
Por supuesto, no es algo absolutamente nuevo. Los
religiosos evangelizadores de América indígena usaban habitualmente recursos
artísticos para hacer comprender a los naturales algunos conceptos religiosos
muy ajenos a su universo mental (cf. por ej.
George Proksch, “El canto, el drama y la danza al servicio de la
evangelización en la India”, Cristo al
Mundo, 21, n. 1, 1976: 55-61). La diferencia es que aquí no se busca una
inculturación de un contenido exógeno, sino la autocomprensión subjetiva de una
diversidad de opciones.
En un sentido
bastante aproximado, aunque referido sólo a la danza, Margarita Baz ha
estudiado lo que ella denominó “metáforas del cuerpo”, para indicar esa
conexión implícita pero real, entre el movimiento corporal y sus significados
psíquicos (cf. Metáforas del cuerpo: un
estudio sobre la mujer y la danza, México, UNAM- UAM, 1996).
Esta propuesta como tal (y que yo sigo) no incluye la
meditación, y en ese sentido se diferencia de otras experiencias que usan
recursos expresivos y corporales (como
por ejemplo, la eutonía de Gerda Alexandre)
al servicio de la interiorización de un contenido ético (laico o
religioso), como la propuesta de
Santiago Guerra: “Dos prolegómenos a la meditación cristiana: la eutonía y la
meditación iniciática”, Revista de
espiritualidad, 38, n. 152, 1979: 459-474.
Concretamente
se basa en la asunción de la conexión íntima entre la experiencia corporal
y la intuición intelectual. A su
creación le llamó “gestorama”, con lo que quiere indicar “gesto total”, que
incluye lo intelectual verbalizado (aunque no “racionalizado” o argumentado) y
todos los recursos corporales de todas las artes, es decir, la dimensión global
de la sensibilidad. Ella misma escribió varios textos que pueden desarrollarse
en talleres, clases e incluso como obras teatrales, acercándose entonces al
concepto de “teatro total”.
Yo
he trabajado con ella en varias ocasiones y también he continuado esta línea de
investigación. En diferentes ocasiones experimenté este recurso para inducir
vivencias éticas, que considero más determinantes de las opciones y los
comportamientos que la prédica, o la argumentación. La idea es que a través de la expresión corporal
incluida en el gestorama, cada uno hace el ejercicio de ponerse en el lugar del
otro, que es un requisito básico para comprender, tolerar y mejor todavía
convivir con personas que sienten o piensan diferente, justamente porque sus
experiencias son también distintas.
CELINA
HURTADO
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