Celebración sanmartiniana

 

El 17 de Agosto en Fundarte tuvimos una celebración sanmartiniana gastronómico-literaria, compartiendo empanadas tradicionales (similares a las que San Martín habrá comido en Mendoza) y comentarios sobre la vida cultural, artística y literaria.

Estuvieron presentes la Lic. Bertha Bilbao, coordinadora de los encuentros literarios de Fundarte, Silvia Ruth Ferca, escritora radicada en España, ahora de visita en Argentina, el Dr. Abel Agüero, médico, historiador de la medicina y gran lector, junto con los anfitriones Ivo Kravic y Celina Hurtado.

Además de los recuerdos y anécdotas del paso por la vida cultural, se compartieron iguales preocupaciones por el deterioro de la educación, la falta de gusto y hábito de lectura, la poca vocación docente de muchos maestros y profesores que no inculcan amor al estudio y otras preocupaciones análogas. En concreto se comentó la dificultad de encontrar, por ejemplo, poesías con temas patrios, sobre nuestros próceres, los grandes acontecimientos de nuestra historia. Observó Bertha que la poesía se ha vuelto cada vez más autorreferente. Esto también, según opinión compartida, quita interés a otros posibles lectores.

En la reuzión se intercambiaron libros. Ivo regaló a Silvia su primera publcaciòn de relatos Casas de la memoria, Silvia regaló a Abel su último libro La bolsa azul y otros cuentos de ficción y se entregaron dos libros de regalo de la escritora Ana Mendy, Incógnitas Policiales.

Finalmente se conversó sobre la posibilidad de un proyecto para vincular a latinoamericanos que vivan en Francia y que deseen seguir cultivando su lengua madre.

Fue una velada muy agradable, compartiendo las crujientes empanadas bien regadas con buenos vinos, y con el afecto que nos une.



 

 

 

 

 

 



La austera vida del Gral. San Martín II

 

La austera vida del Gral. San Martín  II

Sus comidas

Según sus compañeros de armas y otros terstigos, San Martín era hombre sobrio y discreto en el comer y, especialmente en el beber. Un reporte de Mr. Whortington, un agente del gobierno norteamericano, indicaba que “los platos predilectos del General San Martín, eran un buen asado criollo que terminaba con alvgún dulce mendocino que comía de pie”.

Es natural pensar que el asado era el típico asado criollo con cuero, pro lo cual les ofrezco a coninuaciòn la receta de su preparaciòn, a cargo de un experto, que seguramente  no era muy diferente de la de aquellos triempos.

 

Asado con cuero

Receta de Mario H. Devi (en Internet)

Ingredientes para 15 raciones

1. Uma vaca de 300 kg

2. Salmuera o salgruesa a gusto

Preparación previa.

-Se mata el animal y se desviscera, dejando el cuero pegado a la carne.

Se separa l cabeza y las pezuñas

-Ayudándose con agua caliente y un cuchillo filoso, retirar el pelo del cuero a fin de no contaminar la carne con olores y/o gustos del pelo quemado.

-Deshuesar el animal y lavar con agua fría la pieza deshuesada.

-Dejar en reposo 12 horas como mínimo.

Cocción

- Preparar la parrilla acorde con el tamaño de la pieza (se suele usar un elástico metálico de cama de 2 á 2 1/2 plaza, con los refuerzos apropiados longitudinal y transversalmente).

- Ésta se colocará con un extremo a no menos de 50 cm del suelo, elevando la otra parte con un ángulo de aproximadamente 70 grados al inicio de la cocción, teniendo la precaución de buscar el mecanismo que permita ir disminuyendo paulatinamente esta inclinación hasta 0 grados al final de la misma durante la cocción.

- Preparar abundantes brasas para asar en lugar separado de la parrilla, la que será colocada según calor en la misma con una pala durante el tiempo de cocción 20 á 24 hs. y agregando leña y/o carbón a fin de tener siempre abundante cantidad de este elemento.

- Se inicia el asado de la carne previo salado con la parte de los cuartos delanteros hacia abajo y el cuero en sentido contrario a las brasas (durante todo el asado), debiendo tener el o los asadores la maestría para regular el fuego durante ese largo tiempo de asado como la inclinación de la parrilla como así considerar los turnos de trabajo junto a sus ayudantes durante el tiempo que demandará 20 a 24 hs.

Resultado:

- Este asado con el cuero del animal combinará dos efectos: a) El dorado crujiente de la zona que da a las brasas, b) La cocción en sus propios jugos de la parte interna ayudado con la membrana selladora que otorga el cuero, logrando un grado de terneza el que creo inigualable.

- El cuero luego de tanta lenta cocción también se cocina aunque no se come; al servir es de buena mesa no servir con el cuero, éste se debe desprender con mucha facilidad.

- Servir acompañado de ensaladas varias; es típico una entrada de embutidos a la parrilla también con ensaladas.

 

La austera vida del Gral. San Martín I

 La austera vida del Gral. San Martín  I

 Sus costumbres

 El Gral Tomás Guido, que lo conociò y lo trató en forma personal y profunda, escribió una semblaza que denemos conocer, porque muestra la grandeza huamana de San Martin.

“Se me consentirá aquí, en gracia de tan célebre personaje, una digresión encaminada a suministrar algunos detalles sobre su vida íntima. Era generalmente sobria y metódica. Durante su larga permanencia en Chile, tenía por costumbre levantarse de tres y media a cuatro de la, mañana, y aunque con frecuencia le atormentaba, al ponerse de pie, un ataque bilioso, causándole fuertes náuseas, recobraba pronto sus fuerzas por el uso de bebidas estomacales, y pasaba luego a su bufete.

Comenzaba su tarea, casi siempre a las cuatro de la mañana, preparando apuntes para su secretario, obligado a presentársele a las cinco. Hasta las diez se ocupaba de los detalles de la administración del ejército, parque, maestranza, ambulancias, etc., suspendiendo el trabajo a las diez y media. Desde esa hora adelante, recibía al Jefe de Estado Mayor, de quien tomaba informes y a quien daba la orden del día. Sucesivamente concedía entrada franca a sus jefes y personas de cualquier rango, que solicitaren su audiencia.

El almuerzo general era en extremo frugal, y a la una del día, con militar desenfado, pasaba a la cocina y pedía al cocinero lo que le parecía más apetitoso. Se sentaba solo, a la mesa que le estaba preparada con su cubierto, y allí se le pasaba aviso de los que solicitaban verlo, y cuando se le anunciaban personas de su predilección y confianza, les permitía entrar. En tan humilde sitio ventilábase toda clase de asuntos, como si se estuviera en un salón, pero con franca llaneza, frecuentemente amenizada con agudezas geniales. Sus jefes predilectos eran los que gozaban más a menudo de esas sabrosas pláticas. Este hábito, que revelaba en el fondo un gran despego a toda clase de ostentación, y la sencillez republicana que lo distinguía, no era casi nunca alterada por el general, considerándola, -decía él en tono de chanza- un eficaz preservativo del peligro de tomar en mesa opípara algún alimento dañoso a la debilidad de su estómago. Mas esto, que pudiera llamarse una excentricidad, no invertía la costumbre de servirse a las cuatro de la tarde una mesa de estado, que, en ausencia del general, presidía yo, preparada por reposteros de primera clase, dirigidos por el famoso Truche, de gastronómica memoria. Asistían a ella jefes y personas notables, invitadas o que ocasionalmente se hallasen en palacio a la indicada hora. El general solía concurrir a los postres, tomando en sociedad el café, y dando expansión a su genio en conversaciones festivas.

Por la tarde recibía visitas o hacía corto ejercicio, y al anochecer regresaba a continuar su labor, imponiéndose de la correspondencia del día, tanto interna como del exterior, hasta las diez, que se retiraba a su aposento y se acostaba en su angosto lecho de campaña, no habiendo querido, fiel a sus antiguos hábitos, reposar nunca en la cama lujosa que allí le habían preparado. Mas este régimen era con frecuencia interrumpido por largas vigilias, en las que meditaba y combinaba operaciones bélicas del más alto interés, y cuanto se relacionaba con su inmutable designio de asegurar la independencia y organización política de Chile.

A más de la dolencia casi crónica que diariamente lo mortificaba, sufría de vez en cuando ataques agudísimos de gota, que, entorpeciendo la articulación de la muñeca de la mano derecha, lo inhabilitaban para el uso de la pluma. Su médico, el doctor Zapata, lo cuidaba con incesante esmero, induciéndolo no obstante, por desgracia, a un uso desmedido del opio, a punto de que, convirtiéndose esta droga, a juicio del paciente, en una condición de su existencia, cerraba el oído a las instancias de sus amigos para que abandonase el narcótico (de que muchas veces le sustraje los pomitos que lo contenían) y se desentendía del nocivo efecto que lenta pero continuadamente minaba su físico y amenazaba su moral”.

General Tomás Guido