Augusto Raúl Cortazar
Fragmentos sobre la tradició
La experiencia y su transmisión
Sean tradiciones trasplantadas por España, sean supervivencias de los indígenas que ocuparon otrora la misma región, sean transculturaciones recientes, siempre, en todos los casos, cada nuevo bien tuvo como punto de partida, una manifestación individual originaria. Con mayor motivo si se trató en algún caso de invención o descubrimiento. El pueblo, colectiva y simultáneamente, no es creador de elementos culturales. Éstos siguen una trayectoria que se inicia en el individuo y, en ciertos casos, alcanza al conjunto.
En el Folklore lo que interesa, precisamente,
es esta colectivización, pues si el fenómeno no sale de la órbita del
individuo, si no adquiere resonancia social, no ingresa al campo de lo
folklórico.
Observemos de paso, una vez más, que lo característico en este proceso es el modo o el medio de difusión, nunca deductivo y dogmático, sino inductivo y empírico.
La experiencia es, aquí, la maestra de la vida. Y la experiencia se transmite de unos a otros, de padres a hijos, por la palabra, por la imitación, por el ejemplo.
Sabemos bien que en la técnica del tejedor o
del ollero, en el rito propiciatorio o en la leyenda etiológica, en el rasgueo
de la guitarra o en las coplas del canto, no hay erudición ni doctrina
libresca. “Todo cuanto se sabe ha sido adquirido por el vehículo de la palabra
hablada, que parece esfumarse para siempre con la última vibración, pero que
deja en el espíritu de quien la oyó la huella de un recuerdo al que la
reiteración convierte en conocimiento; la práctica del acto inculcado hace
nacer el hábito; el hábito se socializa y eleva por el consenso social a la
categoría de pauta tradicional y resulta la costumbre. Así el chango se
hace baquiano en el caballo, aprende a domeñar el arado o a trenzar
diestramente los tientos de su lazo; la chinita adquiere habilidad en el
manejo del telar hogareño, en el teñido de sus hilos o en la preparación de sus
comidas cotidianas, Así cada uno va enriqueciendo su tabla de valores y
discriminando lo bueno de lo malo, según observa estímulo o reprobación como
efecto de su conducta. Así se forja una imagen de lo que hicieron sus
antepasados y se explican las técnicas, y se relatan los cuentos y se infunde
la fe.” (Cortazar,
El folklore y su estudio integral, p. 4.
[…]
Tradición
Nada de esto nos interesaría ahora, ni llegaría a integrar un estudio folklórico, si fuera fenómeno reciente, advenedizo, exótico, sin arraigo en las costumbres ni enraizamiento en la tradición. He aquí la palabra. La tradición es la esencia de lo folklórico. Ninguno de los procesos aludidos, ni aun todos juntos, bastan para transmutar un hecho o un bien cultural en folklore, sin este decantamiento despacioso y perdurable a través de los años, de los siglos, de los milenios acaso. El carnaval es un brillante ejemplo de la perennidad del folklore. Hemos recogido en las páginas iniciales de este libro algunas noticias y referencias que proyectan los orígenes del carnaval o de las fiestas equivalentes en espíritu, en práctica y en fecha, a los más remotos períodos de la historia, al nacimiento mismo de la civilización grecolatina que sustenta la nuestra y nutre nuestro espíritu.
A mayor abundamiento y para disipar toda duda,
hay constancias de que puede adscribírselo también a celebraciones indígenas
como la chaya. Su corriente secular resulta así aumentada por la doble
confluencia de caudales: el que viene, por España, desde la cima de la cultura
occidental y el que aflora del seno de esta fecunda tierra americana.
La tradición no significa, sin embargo, sólo
venerable vejez ni mera persistencia; muchas cosas hay que perduran sin llegar
a integrarla; se requiere un juicio colectivo de valor, la fe en su eficacia,
la creencia en su mérito, la deseabilidad de su vigencia. Y todas estas
condiciones se cumplen en la fiesta por antonomasia, verdadero Anteo que se
eclipsa y reaparece fortalecida; que desafía los ingenuos decretos que en todos
los tiempos y países la proscribieron “para siempre”; que se transforma al
conjuro de las circunstancias o por influjo del ambiente, pero conservando la
esencia de su carácter, la modalidad de su espíritu. Acaso porque en sus
contrastes y claroscuros, en su desahogo libérrimo, en su afán igualitario, en
su ansia de goce, en la esperanza alentadora que suscita, trasunta el carnaval
sombras y destellos del propio espíritu del hombre.
(El
Carnaval en el folklore calchaquí, Cap. 6)
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