Un recuerdo de Carnaval en Córdoba
Celina Hurtado
Cuando era chica me gustaba disfrazarme e ir al Corso de Flores con mis padres; todos los años mamá me hacía un disfraz diferente, ella compraba la tela y lo cosía ella misma, varias semanas antes, era toda una expectativa. Un año en cambio, pasamos los Carnavales veraneando en un hotel en plenas sierras, en Córdoba. Era un hotel grande, con muchas salas, pensión completa, pileta, juegos para los chicos y lugares para pasear a caballo o en bicicleta por los alrededores. Estaba alejado de cualquier ciudad con corsos, según pensaron mis padres, así que ese año no hubo confección del disfraz.
Sin embargo, dos días antes, en el hotel anunciaron que habría una celebración de Carnaval; creo que para los mayores era después de la cena, posiblemente un baile; para los chicos la fiesta era a la hora de la merienda y se invitaba a que fuéramos disfrazados. Claro que no era obligatorio, pero a mí me hubiera encantado, pensaba, haber llevado uno, aunque fuera el disfraz del año pasado. Me puse triste. Papá se fue al pueblo a ver si encontraba algo para disfrazarme, pero no había nada; a la vuelta observó a una mamá que estaba confeccionando con cartulina una especie de gorrito carnavalesco o algo así. Seguramente se lo sugirió a mamá que, siempre solícita, mejoró la idea. Fueron al pueblo y compraron papel crepé de varios colores y cartulina. Aunque en aquel tiempo ella era maestra de sexto grado, de más joven lo había sido en jardín de infantes y recordaba bien las manualidades que hacían las maestras para los más chiquitos del colegio.
Con su práctica, en un día, me armó un disfraz de “Primavera”. Consistía en una pollera de papel crepé verde, fruncida (mamá siempre llevaba hilo, agujas y tijera) y bien armada, con un cinturón de cartulina que me puse encima de una solerita de color. Hizo también florcitas con papel crepé rosa, amarillo, rojo, y los cabitos con verde, y en forma de ramitos los cosió a la pollera, y en el hombro y armó una especie de diadema, con las florcitas y a los lados tiritas de colores. La verdad es que quedó precioso y no tenía nada que envidiar a los vestidos de tela, cortados y cosidos como por una modista.
Recuerdo con algunas imágenes la fiestita con tortas, masitas, gaseosas, y los chicos al final casi todos con algo de disfraz que sus mamás habían pergeñado; pero el mío fue muy admirado. La cara de contento de papá y mamá lo decía todo: una vez más me habían dado el gusto de “mi disfraz para Carnaval” como yo solía decir cuando lo elegía y lo preparábamos.
Recuerdo
también que había una foto (tal vez más, pero recuerdo una) que anduvo dando vueltas
por casa muchos años; ahora no la encuentro, pero la tengo en la memoria
agradecida a mis padres. Gracias a ellos fueron unos lindos carnavales
cordobeses.