Un texto de Ivo Kravic sobre su padre, en recuerdo de todos los padres
Boceto de mi padre
Tres muertes lamenté profundamente: mi
padre, una gata llamada Belcha y Borges.
Los tres desearon el olvido por caminos
diferentes.
En el dolor de la agonía o en la obligada perspectiva de la resurrección, o en la forma que se le antoje al universo. Solo los que han vivido sienten un cansancio metafísico que abarca sus rubros más diversos.
*
Hoy ya no hay razón para recriminárselo a
Dios. Si se hubiese presentado en los días de mi niñez, vaya y pase. Le hubiese
dicho: el infierno está ahí abajo, entre cuatro paredes, con tres mujeres solas
a quien nunca en verdad quise, ni comprendí, ni entendí qué buscaban de la
vida. Peleando la ausencia de mi padre del que recuerdo muy poco.
Un beso en sus mejillas frías, al ser
levantado hasta su féretro.
- Besá por
última vez a tu padre. Besalo
Las mejillas frías.
*
Recuerdo muy poco de él; hubo un par de
fotos que ahora no tengo entre mis manos; un vacío que deberé explicar más
adelante y que justifican estas líneas. Por otra parte, de tenerlas, hay una
vaga certeza de que hubiese sido difícil desentrañar algo más de lo que ellas
puedan decir por sí solas.
En la primera está en compañía de un
capitán y un subalterno Su uniforme de jefe de máquinas era azul. No era
difícil para mi madre verlo llegar de lejos. El color ideal para recomponer una
clave.
En
la otra aparece su barco semihundido por la fuerza del río; de proa a popa,
cubierto por las aguas. Como correspondía, fue uno de los últimos en
abandonarlo.
He podido imaginarte con todos, recostado
de cara a ese sol luchado por la bruma y la espuma.
Con
un poco de temor de que tu corazón no llegara a puerto, ni que pudieras bajar
del tren en el km cuarenta, ahora pavimentado y apodado por los tres chanchitos
“La caldera del diablo”, trayendo caracoles gigantescos, sombreros que cubrían
el sol, estrellas, cacharros de todo tipo, clavos herrumbrados. El barco
permaneció a flote y tu destino es estar entre estas cuatro paredes de muerte.
Tus manos petrificadas como un caracol que se quedó sin mar.
Ivo
Kravic, Biografía Anónima, Bs. As,
Fundarte 2000, 2016, pp. 86-88