Celebrando la Navidad- Reflexiones con Paul Claudel
Paul Claudel
Magnificat (Oda Tercera, Fragmento)
Mi alma glorifica al
Señor.
¡Oh las luengas calles
antaño amargas y los días en
que yo era uno y solo!
¡La caminata en París,
esa larga calle que desciende
hacia Notre
Dame!
¡Entonces
como el joven atleta que al estadio se
dirige rodeado del
grupo solícito de amigos y
entrenadores,
Y éste le habla al
oído, y el brazo que abandona,
otro sujeta la venda
que le ciñe los tendones.
Yo caminaba entre los
pies precipitados de mis dioses!
¡Menos murmullos en el
bosque durante la fiesta de
San Juan
Menos alborozo en
Damasco, cuando
al relato de las aguas
que descienden en tumulto de los
montes
Se une el suspiro del
desierto y la agitación en la
tarde de los altos
arces en el aire ventilado,
¡Cuántas palabras en
este joven corazón colmado de
deseos!
¡Oh dios mío, un hombre
joven y el hijo de la mujer
te son más gratos que
un tierno novillo,
Y fui ante ti como un
luchador que se rinde
No porque se crea
débil, sino porque el otro es
más fuerte.
Me llamaste por mi
nombre
Como alguien que lo
conoce, me elegiste
entre todos los de mi
edad.
¡Oh Dios mío, tú sabes
cómo el corazón de los
jóvenes
está lleno de afección y cómo no se sujeta ni a su
impureza ni a su
vanidad!
¡Y he aquí que eres
alguien de pronto!
Fulminaste a Moisés con
tu poder, pero
en mi corazón eres como
un ser sin pecado.
¡Oh cierto que soy el
hijo de la mujer! ¡Porque ni
la razón, ni la lección
de los maestros, ni lo absurdo,
nada pueden
Contra la violencia de
mi corazón y contra las manos
tendidas de este
pequeño infante!
¡Oh lágrimas! ¡Oh
corazón tan débil! ¡Oh mina de
lágrimas que estalla!
Venid, feligreses y
adoremos a este recién nacido.
¡No me tomes por tu
enemigo! No comprendo y
nada veo, no sé dónde
estás.
Sin embargo vuelvo
hacia ti este rostro cubierto de
lágrimas,
¿Quién
no amaría a quien nos ama? Mi espíritu
se ha llenado de gozo
en mi Salvador. Venid, feligreses,
y adoremos a este
pequeño que nos ha nacido.
Y ahora no soy un
recién llegado, sino
un hombre en la mitad
de su vida, sabiendo,
Que se detiene y que se
sostiene de pie con gran fuerza
y paciencia y mira en
todas direcciones.
Y con este espíritu y
el ruido que tú metiste en mí
Hice muchas palabras e
historias
inventadas, y personas
reunidas en mi corazón con sus
voces diversas.
Y ahora, suspendido el
largo debate,
Me tiendo hacia ti
solo, como otro
que comienza
A cantar con la voz
plural como el violín
que el arco toma sobre
doble cuerda.
Puesto que nada me
retiene aquí sino este muro de
arena y la mirada
constante sobre las siete esferas de
cristal sobrepuestas,
Estás aquí conmigo, y
voy a hacer para ti sólo por
gusto un hermoso
cántico, como un pastor sobre el
monte Carmelo que mira
una pequeña nube.
En este mes de
diciembre y en esta canícula del frío,
cuando
todo abrazo se acorta y estrecha
y esta misma noche
reluciente,
El espíritu de gozo no
me entra menos directamente
en el cuerpo
Que cuando la palabra
fue dicha a Juan en el desierto,
bajo el pontificado de
Caifas y de Ana, siendo Herodes
Tetrarca de Galilea y
Felipe, su hermano,
del Iturea y de la
región Traconnitida, y Lisanias de
Abilene.
¡Dios mío, que nos
hablas con las mismas palabras
que te dirigimos,
No desprecies mi voz en
este día como no despreciaste
la de ninguno de tus
hijos ni la de la propia María tu
sierva,
Cuando en la exaltación
de su corazón clamó hacia ti
porque te has fijado en
su humildad!
¡Oh madre de mi Dios! ¡Oh mujer
entre todas las
mujeres!
¡Has llegado a mí
después de este largo viaje! ¡Y he
aquí que todas las
generaciones en mí, hasta mí, te
llaman bienaventurada!
¡Así desde que entras,
Isabel te escucha,
Y está ya en sexto mes
la que fue considerada estéril!
¡Oh mi corazón está
grávido de alabanzas
que apenas hacia ti
puede elevarse
Como el pesado
incenciario de oro repleto de
incienso y de brasas,
Que un instante vuela
hasta el límite de su cadena
desplegada, desciende,
y deja a su paso
Una gran nube, de denso
humo en el rayo del sol!
¡Que el ruido se haga
voz y que la voz en mí
se haga palabra!
En medio de este
universo balbuciente, déjame
preparar mi corazón
como alguien que sabe lo que tiene
que decir,
Porque no es en vano la
profunda exultación de la
Criatura, ni este
secreto que guardan las miríadas
celestes en una
diligente vigilia.
¡Que mi palabra sea
equivalente a su silencio!
Ni esta bondad de las
cosas, ni la agitación de las
cañas huecas cuando
sobre ese antiguo túmulo entre el
Caspio y el Aral,
El Rey Mago fue testigo
de una gran preparación
en los astros.
¡Pero que yo encuentre
sólo la palabra justa,
que exhale
solamente
Esta palabra de mi corazón, habiéndola encontrado,
Fuente: Paul Claudel, Odas 2º y 3º, Selección, traducción y nota introductoria de Miguel Ángel Flores, Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Difusión Cultural Dirección de Literatura, México, 2011, pp. 22-25